MEDITACIONES PARA EL TIEMPO PASCUAL DE SANTO TOMÁS DE AQUINO, O.P.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO PASCUAL DE SANTO TOMÁS DE AQUINO, O.P.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO PASCUAL DE SANTO TOMÁS DE AQUINO, O.P.

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

NECESIDAD DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

Era necesario que el Cristo padeciese y resucitase al tercer día de
entre los muertos
(Lc 24, 46).


Fue necesario que Cristo resucitase por cinco motivos:

1º) Para recomendación de la justicia divina, a la cual pertenece exaltar
a los que se humillan por Dios,
según aquello: Destronó a los poderosos, y
ensalzó a los humildes
(Luc., I, 52) Luego, si Cristo se humilló hasta la
muerte de cruz por amor y obediencia a Dios, era necesario que fuese
ensalzado por Dios hasta la resurrección gloriosa; por lo cual se dice de su
persona: Tú conociste, esto es, aprobaste, mi sentarme, es decir, mi
humildad y pasión, y mi levantarme, a saber, mi glorificación en la
resurrección
(Sal 138, 2).


2º) Para instrucción de nuestra fe; porque por su resurrección fue
confirmada nuestra fe en la divinidad de Cristo,
como dice el Apóstol: Si
Cristo no resucitó, luego vana es nuestra predicación, y también es vana
nuestra fe
(1 Cor 15, 14) Y en el Salmo 29, 10: ¿Qué provecho hay en mi
sangre,
esto es, en el derramamiento de mi sangre, si desciendo, como por
ciertos escalones de males, a la corrupción? Como si dijese: ningún
provecho; "porque si no resucito al instante, y mi cuerpo se hubiese
corrompido, a nadie predicaré ni ganaré a ninguno", como expone la Glosa.


3º) Para levantar nuestra esperanza, porque al ver resucitar a Cristo,
que es nuestra cabeza, esperamos que también nosotros resucitaremos.
Por
eso se dice: Si se predica que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo
dicen algunos de vosotros que no hay resurrección de muertos?
(1 Cor 15,
12). Y en Job: Yo sé, mediante la certeza de la fe, que mi redentor, esto es,
Cristo, vive, habiendo resucitado de entre los muertos, y por lo tanto, en el
último día he de resucitar: de la tierra... ésta mi esperanza está depositada
en mi pecho
(19, 25.27)


4º) Para informar la vida de los fieles, según aquello: Como Cristo
resucitó de muerte a vida por la gloria del Padre, así también nosotros andemos
en novedad de vida
(Rom 6, 4); y más adelante: Habiendo Cristo
resucitado de entre los muertos, ya no muere; ... así también vosotros
consideraos que estáis de cierto muertos al pecado, pero vivos para Dios en
nuestro Señor Jesucristo
(Ibíd. 9, 11).


5º) Para complemento de nuestra salvación porque así como sufrió
males y se humilló muriendo, para librarnos de los males, del mismo modo
fue glorificado resucitando, para conducirnos a los bienes,
según aquello: El
cual fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra
justificación
(Rom 4, 25) La Pasión de Cristo obró nuestra salvación en
cuanto a remoción de los males; mas la resurrección, en cuanto a la
incoación y modelo de los bienes (3ª, p. q. LIII, a. 1)


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Lunes de la octava de Pascua

UTILIDADES DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR


Del misterio de la Resurrección del Señor podemos sacar cuatro
enseñanzas para nuestra instrucción.

1º) Debemos procurar resucitar espiritualmente de la muerte del alma,
en la que incurrimos por el pecado, a la vida de justicia que se logra por la
penitencia. Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos, y te
alumbrará Cristo
(Ef 5, 14) Y ésta es la resurrección primera.
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección 1
(Apoc 20, 6).


2º) No debemos diferir el resucitar hasta la hora de la muerte; sino
pronto; pues Cristo resucitó al tercer día: No tardes en convertirte al Señor,
y no lo dilates de día en día
(Eclo 5, 8 ), porque, vejado por la enfermedad,
no podrás pensar en las cosas que pertenecen a la salvación; y porque
pierdes además la participación en todos los bienes que se hacen en la
Iglesia, e incurres en muchos males perseverando en el pecado. Por otra
parte, cuanto más tiempo posee el diablo, tanto más difícilmente abandona,
como dice San Beda.


3º) Debemos resucitar a una vida incorruptible, de suerte que no
muramos otra vez, es decir, que no pequemos más. Habiendo Cristo resucitado
de entre los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñoreará más
de él
(Rom 6, 9) Y más adelante: Así también vosotros consideraos que
estáis de cierto muertos al pecado, pero vivos para Dios, en nuestro Señor
Jesucristo. Por tanto no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo
que obedezcáis a sus concupiscencias. Ni ofrezcáis vuestros miembros al
pecado por instrumentos de iniquidad, mas ofreceos a Dios, como
resucitados de los muertos
(Ibíd. 11-13)


4º) Debemos resucitar a una vida nueva y gloriosa, esto es, que
evitemos todas aquellas cosas que antes fueron ocasiones y causa de muerte
y de pecado. Como Cristo resucitó de muerte a vida por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en novedad de vida
(Rom 6, 4). Y esta nueva
vida es la vida de la justicia que renueva al alma y la conduce a la vida de la
gloria.

(In Symb.).


1 Que muere en estado de gracia.
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Martes de la octava de Pascua

LAS LLAGAS DE CRISTO RESUCITADO

Mete aquí tu dedo, y mira mis manos, y da acá tu mano, y métela en
mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel
(Jn, 20, 27)


Fue conveniente que el alma de Cristo en resurrección tornase el
cuerpo con las cicatrices de las llagas.

1º) Para gloria del mismo Cristo. Porque dice San Beda que "conservó
las llagas, no por la impotencia de curarlas, sino para llevar siempre consigo
el trofeo de su victoria"
1. Por eso dice también San Agustín que “tal vez en
aquel reino veremos en los cuerpos de los mártires las cicatrices de las
heridas que sufrieron por el nombre de Cristo, porque no serán en ellos
deformidad, sino dignidad; y la belleza de su virtud brillará por ellas en
cierto modo en su cuerpo”
2.


2º) Para confirmar los corazones de sus discípulos en la fe de su resurrección.


3º) Para que al rogar al Padre por nosotros, manifieste siempre qué
género de muerte padeció por el hombre.



4º) Para hacer ver a los que ha rescatado por su muerte, poniéndoles a
su vista las señales de su suplicio, qué misericordia vino en su socorro.


Finalmente para hacer ver en el juicio (final) cuán justamente serán
condenados allí mismo (los réprobos). Por esta razón, como dice San
Agustín: "Sabía Cristo por qué conservaba las cicatrices en su cuerpo;
porque así como las mostró a Tomás, que no creía si no las tocaba y las veía,
así también había de mostrarlas a los enemigos, para que convenciéndolos
de la verdad les pudiera decir: He aquí al hombre a quien crucificasteis;
mirad las llagas que le inferisteis; reconoced el costado que atravesasteis,
pues por vosotros y para vosotros fue abierto, y sin embargo no quisisteis
entrar"
3.

Así, pues, aquellas cicatrices no son debidas a la corrupción o defecto,
sino al mayor cúmulo de gloria, en cuanto son ciertas señales de su virtud, y
en aquellos lugares de las llagas aparecerá cierto esplendor especial. Y
siempre permanecerán en el cuerpo de Cristo, porque, como
dice San Agustín: "Creo que el cuerpo del Señor está en el cielo como estaba
cuando subió a él"
4.

(3ª, q. LIV, a. 4)

1 Super Luc., cap. 97.
2 De civitate Dei, lib. XXII, cap. 20.
3 De Symb., lib. II, cap. 8.
4 Ad Consentium, epist. 205.


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Miércoles de la octava de Pascua

CRISTO, RESURRECCIÓN Y VIDA


I. Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 25) El Señor muestra su
virtud y poder que es vivificante. Debe saberse que, entre los que necesitan
participar del efecto de la vida, unos tienen esa necesidad porque perdieron
la vida, y otros, que no la perdieron, lo necesitan para conservar la que ya
tienen. Así, pues, dice a los primeros: Yo soy la resurrección, porque los que
perdieron la vida, por la muerte la recobran. Para los segundos dice: y la
vida, porque por ella se conservan los vivos.


Ha de advertirse que por estas palabras: Yo soy la resurrección, ha de
entenderse: yo soy la causa de la resurrección. Y en verdad Cristo es la
causa total de nuestra resurrección, tanto del alma como del cuerpo. Y por
eso cuando dice: Yo soy la resurrección, es como si dijese: Todo lo que
resucita en las almas y en los cuerpos, resucita por mí. Porque como la
muerte fue por un hombre la resurrección de los muertos
(1 Cor 15, 21).
Cuando digo que soy la resurrección es, porque soy la vida; pues
corresponde a la vida el que algunos sean restituidos a ella, del mismo modo
que pertenece al fuego el que una cosa apagada sea nuevamente encendida.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Jn 1, 4).


II. Sigue un doble efecto:

1º) Vivifica a los muertos. El que cree en mí, aunque hubiere muerto,
vivirá. Yo soy la resurrección (Jn 11, 25), esto es, la causa de la resurrección,
y uno consigue el efecto de esta causa, creyendo en mí. Por eso
dice: El que cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá. Pues, por el hecho
de creer, me posee en sí mismo: Para que Cristo more por la fe en vuestros
corazones (Ef 3, 17). El que me posee tiene en sí la causa de la resurrección;
luego el que cree en mí, vivirá, es decir, con vida espiritual, resucitando de
la muerte del pecado, y también con vida natural, resucitando de la muerte
de la pena.


2º) Porque él es la vida, conserva a los vivientes en la vida. Por eso
dice: Y todo aquél que vive y cree en mí, con la vida de justicia, de la cual
dice Habacuc: El justo en su fe vivirá (Hab II, 4), no morirá jamás, esto es,
con muerte eterna, sino que tendrá la vida eterna. La voluntad de mi Padre,
que me envió, es ésta: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga
vida eterna (Jn 6, 40).

Esto no ha de entenderse en el sentido de que no morirá temporalmente
con muerte de la carne; sino que de tal modo morirá alguna vez, que,
habiendo resucitado, viva eternamente en el alma, hasta que resucite la carne
que después no morirá nunca. Por eso añade: y yo le resucitaré en el último
día (Ibíd.).

(In Joan., XI)

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Jueves de la octava de Pascua

TRES MUERTOS RESUCITADOS POR CRISTO


I. Cristo resucitó tres muertos, a saber: a la hija del archisinagogo (Mt
9, 18 sgts), al hijo de la viuda, que era llevado fuera de la puerta (de la
ciudad de Naím), como se lee en San Lucas (7, 11), y a Lázaro, que llevaba
ya cuatro días en el sepulcro: A la niña la resucitó en la casa; al joven, fuera
de la puerta de la ciudad; a Lázaro, en el sepulcro. Además, a la niña la
resucitó en presencia de pocos testigos: el padre y la madre de la niña, y tres
de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan; pero al joven en presencia de una
gran muchedumbre; a Lázaro, delante de una multitud y con gemidos.

Por estos tres resucitados se designan tres clases de pecadores. Pues
unos pecan consintiendo con el corazón en el pecado mortal; y éstos son
simbolizados por la niña muerta en la casa.


Otros pecan por acciones y signos externos, y éstos son representados
por el muerto que era llevado fuera de las puertas de la ciudad.


Pero cuando se afirman en el pecado por costumbre, entonces son
encerrados en el sepulcro.


Sin embargo, el Señor los resucita a todos. Los que pecan únicamente
por el consentimiento, y mueren pecando mortalmente, más fácilmente son
resucitados. Y como su pecado es secreto, se curan con enmienda secreta.
Pero cuando el pecado sale al exterior, entonces exige un remedio público.



II. Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo
de Dios; y los que la oyeren, vivirán
(Jn 5, 25)

1º) Esto puede entenderse de la resurrección del cuerpo. Viene la hora,
y ahora es,
como si dijese: es verdad que todos resucitarán finalmente, pero
también al presente es la hora en que algunos, a los cuales el Señor ha de
resucitar, oirán su voz. Así la oyó Lázaro, cuando se le dijo: Ven fuera (Jn
11, 43); así la oyeron la hija del archisinagogo y el hijo de la viuda. Y dice
claramente: y ahora es, porque por mí ya comienzan los muertos a resucitar.


2º) Puede referirse también a la resurrección del alma. Porque hay una
doble resurrección: la de los cuerpos, que tendrá lugar, y todavía no se
realiza, sino que se verificará en el juicio futuro; y la de las almas, de la
muerte de la infidelidad a la vida de la fe, de la injusticia a la justicia, y esto
ya es ahora. Por lo cual dice: Viene la hora, y ahora es cuando los muertos,
esto es, los infieles y los pecadores, oirán la voz del Hijo de Dios, y los que
la oyeren, vivirán,
según la verdadera fe.

(In Joan., V)

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Viernes de la octava de Pascua

LA NUEVA VIDA

Como Cristo resucitó de muerte a vida por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en novedad de vida
(Rom 6, 4).


Debe advertirse que la vida vieja es la vida terrestre, consumida por la
vejez de los pecados, según aquello de Jeremías: Hizo envejecida mi piel y
mi carne
(Lam 3, 4). A lo que dice la Glosa: De ahí que gima el alma,
cuando es envejecida exteriormente como la piel, y la conciencia interiormente
hermosa se consume como la carne, corrompida por el pus del
pecado. Pero la nueva vida es vida celestial, que debe ser renovada de día en
día por la gracia,
según aquello: Renovaos, pues, en el espíritu de vuestro
entendimiento
(Ef 4, 23). Y a los Romanos: Como Cristo resucitó de muerte
a la vida por la gloria del Padre, así también nosotros
(Rom 6, 4) ¿Cómo
resucitó Cristo? San Pablo lo dice luego: Habiendo Cristo resucitado de
entre los muertos, ya no muere
(Ibíd. 9) Y más adelante: Así también
vosotros consideraos que estáis de cierto muertos al pecado, pero vivos
para Dios en nuestro Señor Jesucristo
(Ibíd. 11).


Advierte: Así como Cristo murió una vez, del mismo modo muera el
pecado una vez en nosotros, y que no sea renovado.
Así como Cristo, vive
siempre, vivid también vosotros siempre por las virtudes, y esto en
Jesucristo Señor nuestro;
fuera de El no hay ninguna esperanza.



Sabemos que la vida se manifiesta por el movimiento, por lo cual la
vida vieja se muestra por el movimiento de las acciones terrenas, de las
cuales se dice: Resolvieron fijar en tierra su ojos (Sal 16, 11). Mas la vida
nueva se manifiesta por el movimiento de las acciones celestiales, de las
cuales dice el Apóstol:
Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas que son
de arriba
(Col 3, 1). Y la Glosa añade: Pensad, retened con alegría las cosas
halladas, y eso es lo que dice San Pablo: Pensad en las cosas de arriba.

(De Humanitate Christi)

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Sábado de la octava de Pascua

PRUEBAS DE LA RESURRECCIÓN ESPIRITUAL


Cristo probó su resurrección de tres maneras: por la vista: Ved mis
manos y mis pies
(Lc 34, 39); por el tacto, por lo cual continúa: palpad y
ved, que el espíritu no tiene carne;
por el gusto: Mas como aún no le
acabasen de creer y estuviesen maravillados de gozo, les dijo: ¿Tenéis aquí
algo de comer?
(Ibíd. 41) Del mismo modo se demuestra la resurrección
espiritual.



I. Por el aspecto de santidad: A este modo ha de brillar vuestra luz
delante de los hombres
(Mt 5, 16). San Agustín dice: "No ponga allí el
hombre su fin, sino refiéralo a la alabanza de Dios; de ahí que prosiga el
evangelista: y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. El haber
mostrado el Señor las manos y los pies significa que la resurrección
espiritual se manifiesta por el sentimiento del amor divino y por el efecto de
las buenas obras.
Por eso dice el Evangelista: Tienes nombre, que vives, y estás
muerto
(Apoc 3, 1), a saber, por falta de amor divino y falta de buenas
obras."



II. Por el contacto de la adversidad. En varios lugares de la Escritura se
lee: El horno prueba las vasijas del ollero, y a los hombres justos la
tentación de tribulación
(Eclo 27, 6): El oro se prueba en la hornaza (Prov
27, 21), esto es, el hombre es probado por la tribulación. Acércate aquí, hijo
mío, para que te toque
(Gen 27, 21). Las cosas que antes no quería tocar mi
alma, ahora por la congoja son mi comida
(Job 6, 7). A esto dice la Glosa:
"Las cosas tristes del mundo son mi manjar a causa de la angustia. Ahora
son manjares dulces a causa del amor y del deseo del cielo."
Cuando el
Señor dijo: Palpad y ved, que el espíritu no tiene carne (Lc 24, 39), significa
místicamente que el hombre espiritual no se apoya en los consuelos carnales,
sino en la esperanza de la patria celestial, que hace que no tema padecer las
asperezas.
Y sería éste mi consuelo, que afligiéndome con dolor no me
perdonara
(Job 6, 10).


III. Por el gusto de la suavidad interior y eterna. Pensad en las cosas
de arriba
(Col 3, 2). Por lo cual dice San Bernardo: “El que, después de las
lamentaciones de la penitencia no retorna a los consuelos carnales, sino que
se abandona con confianza a la misericordia divina, y se adentra en la
devoción y gozo en el Espíritu Santo, y no tanto se compunge con el
recuerdo de los pecados pasados cuanto se deleita en el recuerdo y se
inflama en el deseo de los premios eternos, éste ciertamente resucitará con
Cristo;
porque el deleite santo no es para el que está preocupado de los
deseos mundanos. Ni pueden mezclarse cosas verdaderas con las vanas, las
eternas con las caducas, las espirituales con las carnales, las ínfimas con las
sublimes, de modo que guste igualmente las cosas de arriba y las de la
tierra.”


El que el Señor haga parte del pez asado y panal de miel simboliza
místicamente que los resucitados espiritualmente deben gustar de antemano
la dulzura de su divinidad y humanidad, simbolizadas por el pez asado y el
panal de miel. San Gregorio dice: "¿Qué creemos que significa el pez asado,
sino el crucificado mediador entre Dios y los hombres? Él se dignó ocultarse
en las aguas del género humano, quiso ser cautivado con el lazo de nuestra
muerte, y fue como asado por la tribulación en el tiempo de su Pasión. Pero
el que se dignó hacerse pez asado en la Pasión, fue para nosotros panal de
miel en la resurrección; y el que quiso que la tribulación de su Pasión fuese
figurada en el pez asado, quiso asimismo expresar las dos naturalezas de su
persona en el panal de miel; porque el panal es miel en la cera; la miel en la
cera es la divinidad en la humanidad".


(De Humanitate Christi, LVII)
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Segundo Domingo de Pascua

FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

Estando cerradas las puertas, en donde se hallaban juntos los
discípulos, vino Jesús, y se puso en medio, y les dijo: Paz a vosotros
(Jn 20,
19).


1º) Según algunos, entrar estando las puertas cerradas es propio del
cuerpo glorioso, porque dicen que, en virtud de cierta condición de su
estado, puede estar simultáneamente con otro cuerpo en el mismo lugar, en
cuanto que es glorioso, y que esto se hizo y puede hacerse sin milagro. Pero
esta opinión no tiene consistencia, y por lo tanto ha de decirse que esto lo
hizo Cristo milagrosamente en virtud de su divinidad.


San Agustín dice: "¿Preguntas cómo pudo entrar estando las puertas
cerradas? Si comprendes el modo, no es milagro. Donde desfallece la razón,
la fe tiene su lugar"
1. Y añade: "Bien pudo entrar no estando abiertas las
puertas el que al nacer dejó intacta la virginidad de su madre."
Así como su
nacimiento de la virgen madre fue milagroso por virtud de su divinidad,
igualmente lo fue esta entrada en el cenáculo.

Con ello se da a entender místicamente que Cristo se nos aparece
cuando las puertas, esto es, los sentidos exteriores, están cerrados en la oración.

Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a
tu Padre en secreto
(Mt 6, 6).

También se describe la disposición de los discípulos, para que la
imitemos. Estaban reunidos, lo que no está exento de misterio. Cristo vino a
los que estaban reunidos, el Espíritu Santo desciende a los reunidos, porque
Cristo y el Espíritu Santo no están presentes sino a aquellos que están
congregados en caridad.
Porque donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy en medio de ellos
(Mt 18, 20).


2º) Vino Jesús y se puso en medio de los discípulos. Él mismo vino
personalmente, como les había prometido: Voy y vengo a vosotros (Jn 14,
28). Se puso en medio, para que todos lo reconociesen con seguridad, y
también para mostrar la conformidad de su naturaleza humana con la de
ellos. Se puso en medio por condescendencia, porque estuvo entre ellos
como uno de ellos; y para indicarnos, por otra parte, que debemos estar en
medio de la virtud.



3º) Y les dijo: Paz a vosotros. Este saludo fue necesario porque la paz
de los discípulos estaba muy perturbada por muchos motivos:


Con respecto a Dios, contra el cual habían pecado, los unos negando y
los otros huyendo.


Todos vosotros padeceréis escándalo en mí esta noche. Porque escrito
está: Heriré al pastor, y se descarriarán las ovejas del rebaño
(Mt 26, 31).
Contra esto les propuso la paz de la reconciliación con Dios. Fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo
(Rom 5, 10). Esa
reconciliación la llevó a cabo por su Pasión.

Con respecto a ellos mismos, porque estaban tristes y vacilantes en la
fe, y también les propuso esta paz: Mucha paz para los que aman tu ley (Sal
118, 165).

Finalmente, con respecto a las personas exteriores, pues sufrían
persecución de parte de los judíos, y contra esto les dice: Paz a vosotros.

(In Joan., XX)

1. Serm. De pass.
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Lunes de la segunda semana de Pascua

LA PAZ DE CRISTO

Mi paz os doy, no os la doy yo como la da el mundo (Jn 14, 27).


1. La paz no es otra cosa que la tranquilidad en el orden. Porque se
dice que algunas cosas tienen paz, cuando el orden de ellas permanece
imperturbable. En el hombre el orden es triple: del hombre con respecto a sí
mismo, del hombre con respecto a Dios, del hombre con respecto al prójimo,
y así existe en el hombre una triple paz: una, por la cual está tranquilo en sí
mismo, sin perturbación de sus facultades; otra, por la cual el hombre tiene
paz con Dios, sometiéndose totalmente a sus disposiciones; la tercera, con
respecto al prójimo.


Debe advertirse que en nosotros deben ser ordenadas tres cosas: el
entendimiento, la voluntad y el apetito sensitivo, esto es, que la voluntad sea
dirigida según el espíritu o la razón; el apetito sensitivo según la voluntad y
el entendimiento.
Por eso, al definir San Agustín la paz de los santos, dice:
"La paz es la serenidad del espíritu, la tranquilidad del alma, la sencillez del
corazón, el vínculo del amor, el lazo de la caridad";
en este sentido la
serenidad del espíritu se refiere a la razón, la cual debe ser libre, no atada, ni
absorbida por algún afecto desordenado; la tranquilidad del alma se refiere a
la sensibilidad, que debe estar libre de la molestia de las pasiones; la
sencillez del corazón se refiere a la voluntad, la cual debe ser llevada
totalmente a Dios, su objeto; el vínculo del amor se refiere al prójimo, y el
consorcio de la caridad a Dios.


Los santos tienen aquí y tendrán en el futuro esa paz, pero aquí de una
manera imperfecta, pues no podemos aquí tener paz sin alguna perturbación
ni con nosotros mismos, ni con Dios, ni con el prójimo; pero en el futuro
poseeremos perfectamente la paz, cuando reinemos sin enemigos, donde
nunca podremos estar en desacuerdo.



II. Cuando dice: No os la doy yo como la da el mundo, distingue su paz
de la paz del mundo. En tres cosas se distingue la paz de los santos de la paz
del mundo:


1º) En cuanto a la intención. Porque la paz del mundo se ordena al
goce tranquilo y pacífico de las cosas temporales, por lo cual sucede a veces
cuando coopera con los hombres para pecar.
Mas la paz de los santos se
ordena a los bienes eternos,
El sentido es: No os la doy yo como la da el
mundo,
esto es, no para el mismo fin, pues el mundo la da para poseer
tranquilo los bienes exteriores;
pero yo os la doy para alcanzar los eternos.


2º) En cuanto a la simulación y a la verdad, porque la paz del mundo es
simulada, y sólo existe por fuera;
Los cuales hablan paz con su prójimo,
pero en sus corazones hay cosas malas
(Sal 27, 3); mas la paz de Cristo es
verdadera porque es interior y exterior.
Así, pues, no os la doy yo como la
da el mundo,
significa: no doy paz simulada, sino verdadera.


3º) En cuanto a la perfección, pues la paz del mundo es imperfecta, ya
que únicamente lo es en cuanto al descanso exterior del hombre y no del
interior;
mas la paz de Cristo tranquiliza interior y exteriormente. Mucha
paz para los que aman tu ley
(Sal 118, 165)


(In Joan., XIV, 27)
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Martes de la segunda semana de Pascua

LA SABIDURÍA DE LO CELESTIAL

Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, en
donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de
arriba, no en las de la tierra
(Col 3, 1-2).


Es un beneficio el haber resucitado con Cristo resurgente, y esto por
dos motivos; por la esperanza de nuestra resurrección corporal, y porque,
resucitando con él, somos restaurados a la vida de justicia. El cual fue
entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación
(Rom
4, 25).


I. Se nos enseña, por lo tanto, a tener recta intención del fin, y en
primer lugar quiere el Apóstol que cada uno tenga en vista principalmente el
fin.
Pues dice: Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas que son de
arriba.
Y San Mateo: Buscad, pues, primeramente el reino de Dios y su
justicia
(6, 33). Pues éste es el fin. Una sola cosa he pedido al Señor, ésta
volveré a pedir, que more yo en la casa del Señor
(Sal 26, 4). Por
consiguiente, buscad el lugar en donde está Cristo sentado a la diestra.
Cristo está sentado a la diestra, porque en cuanto hombre está en los mejores
bienes del Padre, mas en cuanto Dios está en igualdad con él. Y así también
haya este orden en vosotros, a saber que así como Cristo murió y resucitó y
de este modo fue llevado a la diestra de Dios, así vosotros estad muertos al
pecado, para que después viváis la vida de justicia y así seáis llevados a
gloria.


O bien, nosotros hemos resucitado por Cristo mas si él está sentado
allí, nuestro deseo ha de dirigirse hacia él. Dondequiera que estuviere el
cuerpo, allí se juntarán también las águilas
(Mt 24, 28) y en donde está tu
tesoro allí está también tu corazón
(Mt 6, 21).


II. Es necesario juzgar de las demás cosas con respecto al fin; y por eso
dice:
Pensad en las cosas de arriba (Col 3, 2). Piensa en las cosas de arriba
el que ordena su vida conforme con las razones celestiales, según ellas juzga
todo lo demás.
Ésta es la sabiduría que desciende de arriba (Stg 111, 17).
Piensa en las cosas de la tierra el que ordena y juzga todas las cosas según
los bienes terrenos, considerándolos como bienes supremos.
Y su gloria es
para confusión de ellos, que gustan sólo de lo terreno
(Filip 3, 19).

Y da la razón cuando dice: Estáis ya muertos y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios
(Col 3, 3). Como si dijese: No gustéis las
cosas terrenas, porque estáis muertos a la vida terrena. El hombre muerto a
esta vida no conoce las cosas de este mundo, así vosotros, si estáis muertos
con Cristo, lo estáis también a los elementos de este mundo.
Consideraos
que estáis de cierto muertos al pecado, pero vivos para Dios en nuestro
Señor Jesucristo
(Rom. 6, 11).

Existe, por lo tanto, otra vida oculta. Por eso dice: Y vuestra vida está
escondida.
Esa vida la adquirimos por medio de Cristo. Cristo una vez
murió por nuestros pecados
(1 Ped 3, 18). Mas como esta vida existe por
Cristo, y Cristo está oculto para nosotros, porque está en la gloria de Dios
Padre, del mismo modo la vida, que por Él se nos da, está escondida donde
Cristo está, en la gloria de Dios Padre. ¡Cuán grande es, Señor, la
abundancia de tu dulzura, que tienes escondida para los que te temen!
(Sal
30, 20). Por eso cuando dice: Cuando apareciere Cristo, que es nuestra
vida,
indica cómo se manifiesta, esto es, como el mismo Cristo. Cuando
apareciere Cristo, que es vuestra vida,
porque Él es autor de vuestra vida, y
porque vuestra vida consiste en su amor y conocimiento,
entonces también
vosotros apareceréis.
Y el evangelista dice: Cuando él apareciere, seremos
semejantes a él
(1 Jn 3, 2).

(In Col., III)
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