¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

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Re: ¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

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Continuemos con el discurso del Primado de
España: "Se ha afirmado (supongo que por los
Padres sinodales) que la predicación no puede limitarse
al sólo ámbito litúrgico que
—según otros— reclamaría
nuevas adaptaciones, de un modo parecido a lo que
concierne a la praxis del sacramento de la
Penitencia".



Lo que podemos deducir de estas palabras es lo
siguiente:
o hacemos nuevas adaptaciones a la
liturgia, para que el ministerio de la palabra
tenga amplio margen o hacemos otras
asambleas, exclusivamente dedicadas a la
palabra.
Nos acercamos más al ministerio
protestante y a los servicios religiosos que ellos
tienen.



Necesaria, sin duda alguna, es la predicación de la
palabra de Dios,
pero, mucho más necesaria es la gracia divina
que fecundiza la palabra del sacerdote o del obispo, según
aquellas palabras del Apóstol:
"Yo planté, Apolo regó,
pero Dios dio el crecimiento. Y así, ni el que planta es algo, ni
el que riega, sino Dios que da el crecimiento. El que planta y
el que riega son lo mismo; y cada uno recibirá su galardón en
la medida de su trabajo".
(I Cor . 3-8).


Y prosigue Don Vicente Enrique y Tarancón:
"Han subrayado algunos la libertad, incluso
la audacia, la iluminación del Espíritu Santo
para promover la conversión de los corazones y
la renovación de las estructuras".
Ya salió otra vez,
mezclada con conversión de corazones y con
iluminación del Espíritu Santo,
"la libertad, la audacia"
para promover "la renovación de las estructuras".

Con estas palabras quedan a salvo todos esos
predicadores de la justicia social, verdaderos
demagogos, que han convertido el ambón en una
tribuna de socialismo barato. No nos vengan a
decir ahora que la Iglesia no hace política, que la
Iglesia no quiere usufructuar los derechos
exclusivos del Estado.
Claro que no es la Iglesia,
sino los hombres de la Iglesia, los Padres
sinodales los que, secundando las directivas que
salen de las múltiples organizaciones vaticanas,
quieren —con los Estados, sin los Estados o
contra los Estados— hacer el cambio audaz y
violento de las estructuras, sociales, políticas y
aún religiosas.



Prosigue el Arzobispo de Toledo: "Alguno pide que
se aclare más: a) el aspecto universal del
sacerdocio ministerial. b) El aspecto de unidad, unido al
problema de las relaciones entre el ministerio
sacerdotal y otras actividades".

No puedo ver en qué consista este esclarecimiento de la
universalidad del sacerdocio ministerial. Yo no
conozco ese sacerdocio;
yo sólo he conocido el
sacerdocio jerárquico, el que instituyó Jesucristo,
que con el carácter indeleble, recibido en el día
de su ordenación y con los poderes divinos a ese
carácter unidos, tiene que cumplir su ministerio
de ser operario en la viña del Señor.
Ese
sacerdocio ministerial suena de nuevo a
protestantismo.



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Re: ¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

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La connotación de "universal"
puede tener tantos sentidos, que sería imposible,
en este estudio, estudiarlos todos. Pero, para ser
franco, no encuentro ningún sentido que le
acomode, fuera de aquél que implica su
consagración a Dios y a la obra apostólica. Donde
encuentro mayor sofisma es en querer establecer
una unidad entre el ministerio sacerdotal y "otras
actividades".
¿Acaso puede el sacerdote dejar de
ser sacerdote para dedicarse a otras actividades
que no son propias de su sacerdocio o que, por lo
menos, son distintas a su sacerdocio?
Yo creo
que el sacerdote es siempre sacerdote lo mismo
cuando dice su Misa o administra los
sacramentos, que cuando predica, enseña o se
dedica a cualquier otra labor apostólica.
El
sacerdote, sin perder su carácter sagrado, deja
de ser sacerdote cuando se dedica a hacer
política, subversión o cuando cambia su sotana
por el fusil o por el uniforme de guerrillero.



Notemos bien lo que añade el Primado de
España, en el Sínodo de Roma: "todos reconocen que
el ministerio sacerdotal, y especialmente la predicación, debe
tener cierta conexión con la política y el desarrollo cultural, porque
la Iglesia tiene el mandato de salvar en Cristo toda la
realidad".
He aquí el gran sofisma del progresismo.
Que me digan en qué parte del Evangelio mandó Cristo a
sus apóstoles el hacer política y el salvar toda la
realidad humana.



En la "Immortale Dei" (1º nov.
1885), León XIII nos hace ver la influencia
saludable que el Evangelio y la doctrina de la
Iglesia, que de él se deriva, tiene, como la
historia lo comprueba, en la constitución y
gobierno de la sociedad civil.
¡Cuánto convendría
que leyesen esa encíclica los que ahora
quieren defender doctrinas anticatólicas, no sólo
separando del todo el Estado de la Iglesia,
rechazando los privilegios que ésta tenía en los
países católicos, rompiendo o restringiendo los
concordatos, sino que, asociándose con la
subversión, en nombre del Evangelio, en nombre
de la Iglesia de los pobres, en nombre del cambio
de estructuras, en nombre de la igualdad social,
se dedican a implantar el socialismo comunizante!



Citemos algunas palabras de esa admirable Encíclica,
que compendia y expresa la doctrina católica sobre punto tan importante:
"Así que todo cuanto en las cosas y personas, de cualquier modo
que sea, tenga razón de sagrado; todo lo que pertenece a la
salvación de las almas y al culto de Dios, bien sea tal por su
naturaleza o bien que lo sea en razón del fin a que se refiere,
todo ello cae bajo el dominio y arbitrio de la Iglesia; pero, las
demás cosas, que el régimen civil y político, como tal, abraza
y comprende, justo es que estén sujetas a éste, pues Jesucristo
mandó expresamente que se dé al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios"...



Más adelante cita el Papa un pasaje hermosísimo
de San Agustín, en el que el Doctor de Hipona
nos describe los bienes materiales o temporales
que redundan a todos de la doctrina y práctica
del Evangelio: "Tú, dice San Agustín hablando con
la Iglesia Católica, instruyes y enseñas dulcemente a los
niños, generosamente a los jóvenes, con paz y calma a los
ancianos, según lo sufre la edad, no tan solamente del cuerpo,
sino también del espíritu. Tú sometes la mujer al marido con
casta y fiel obediencia, no como cebo de la pasión,
sino para propagar la prole y para la unión de la
familia. Tú antepones a la mujer el marido, no para que afrente
al sexo más débil, sino para que le rinda homenaje de amor
leal. Tú los hijos a los padres haces servir, pero libremente, y
los padres sobre los hijos dominar, pero amorosa y
tiernamente. Los ciudadanos a los ciudadanos, las gentes a las
gentes, todos los hombres unos a otros, sin distinción ni
excepción, aproximas, recordándoles que, más que social, es
fraterno el vínculo que los une; porque de un solo primer
hombre y de una sola primera mujer se formó y
desciende la universalidad del linaje humano. Tú enseñas a las
autoridades civiles a mirar por el bien de los pueblos y a los
pueblos a prestar acatamiento a las autoridades civiles. Tú
muestras cuidadosamente a quién es debida la alabanza y la
honra, a quién el afecto, a quién la reverencia, a quién el
temor, a quién el consuelo, a quién el aviso, a quién la
exhortación, a quién la blanda palabra de la corrección, a
quién la dura de la increpación, a quién el castigo, y
manifiestas también en qué manera, como quiera que sea
verdad que no todo se debe a todos, hay que deber, no
obstante, a todos caridad y a nadie agravio".



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Message par InHocSignoVinces »

Y cita León XIII otras palabras de San Agustín, que vienen
muy al caso: "Los que dicen ser la doctrina de Cristo
nociva a la república, que nos den un ejército de soldados,
tales como la doctrina de Cristo manda; que nos den asimismo
regidores, gobernantes, cónyuges, padres, hijos, amos, siervos,
autoridades, jueces, tributarios, en fin, y cobradores del fisco,
tales como la enseñanza de Cristo los quiere y forma; y una
vez que los hayan dado, atrévanse, entonces a decir que
semejante doctrina se opone al interés común. Antes bien,
habrán de reconocer que es la gran prenda para la salvación
del Estado, si todos la obedeciesen".



¡Qué palabras más sabias y convincentes! Pero,
hoy, los nuevos redentores del progresismo,
al echar a vuelo las campanas del libertinaje,
tratan de enfrentar nuevamente a los dos poderes
—Iglesia y Estado— predicando desde los ambones, desde los
sínodos, desde las Conferencias Episcopales la
justicia social, precisamente como ellos la
conciben, como ellos han decretado imponerla en
el mundo entero.
Los que me creen exagerado,
los que casi me han excomulgado, que lean y
comparen minuciosamente la doctrina inmutable
que León XIII nos da en su Inmortale Dei y los
documentos que nos ofreció el CELAM, después
de su reunión de Medellín o los documentos que
el último Sínodo nos ha brindado; entonces
podrán señalar con fundamento mis errores.


Hay otro punto gravísimo en la exposición del Primado
de España, que merece también algún estudio.
Habla el purpurado de "la acción conjunta en la Iglesia" y dice:
"Los padres sinodales concuerdan generalmente en este
problema. Muchas palabras (comunión, fraternidad,
corresponsabilidad y también colegialidad)
expresan la exigencia, tanto de ejercitar evangélicamente la
autoridad, como la convergencia de todos en la formación del
pueblo de Dios".
Una vez más, la idea de la
colegialidad, llevada hasta los extremos
evidentemente falsos y heréticos de la
“corresponsabilidad" del Cardenal Suenens, vuelve a
pugnar por imponerse en el gobierno responsable
de la Iglesia, adulterando lastimosamente la
misma constitución divina de la obra de Cristo.

"Casi todos (los padres sinodales) piensan que la misión
del presbítero debe ejercerse con el obispo o, mejor, en
colaboración con todo el orden de los obispos, con los otros
presbíteros, con los laicos: con unión fundada en la misma
misión, participada en diversos modos, no sobre bases
psicológicas".
Según estas palabras, la acción de la
Iglesia está fundada entre obispos, presbíteros y
laicos (no excluyendo al Papa) en "la misma misión",
"participada de diversos modos".
Es decir, la distinción no es
meramente psicológica, ni tampoco es esencial,
es cuestión de modo, es cuestión de grados.
Desaparece así la distinción, que, por voluntad de
Cristo, debe haber entre la Iglesia docente y la
Iglesia discente, entre la Iglesia jurisdiccional y la
Iglesia que debe ser regida; entre pastores y
ovejas.



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Message par InHocSignoVinces »

Una de las novedades inauditas del
Vaticano II y del último Sínodo fue la presencia,
esta vez activa, de la mujer.
Tanta es la actividad
de la mujer en la nueva Iglesia, que no sólo lee
las epístolas, distribuye la Sagrada Comunión,
bautiza y tiene a su cargo algunas parroquias,
sino que toma parte en estas reuniones
sinodales, con voz por ahora, mañana tal vez con
voto. Se llegó a hablar según decía la prensa, en
el Sínodo, de la posibilidad de ordenar in sacris a
la mujer, para llenar el vacío, que en las filas
clericales ha hecho la creciente deserción de
tantos clérigos, que han cambiado el altar por el
tálamo. Las palabras anteriormente citadas del
Arzobispo de Toledo parece que comprueban esta
suprema aspiración del progresismo. ¡Todo es
cuestión de tiempo!



Por eso, añade Mons. Tarancón: "Algunos padres
(sinodales) sostienen que deben institucionalizarse las
relaciones".
¿De qué relaciones habla el Primado de
España? Evidentemente, según el contexto, de
las relaciones que nacen “de la unión fundada en la
misma misión",
entre obispos, sacerdotes y laicos
(hombres y mujeres). ¡Qué sorpresas nos va a
dar el nuevo Derecho Canónico, que actualmente
nos prepara una de las múltiples Comisiones del
Vaticano!
"Pero, si deben constituirse organismos, dicen,
es necesaria la acción del Espíritu, para que se salve y se
robustezca la libertad de los hijos de Dios".
Ya no se
habla, en el nuevo lenguaje postconciliar, de la
acción del Espíritu Santo, sino del Espíritu, que
bien podría designar al maligno.

"En tal contexto los padres (sinodales) atribuyen una
particular importancia al Consejo Pastoral y piden que
las funciones de ambos Consejos (Presbiteral y Pastoral)
se especifiquen mejor, para que su acción sea más eficaz".

Seguimos en la borrascosa época de la "pastoral",
desentendidos del dogma y de la moral y de la disciplina de la
Iglesia. El pensamiento comprometido de los
Álvarez Icaza, de los Avilés, de los Genaros o de
las nuevas consejeras de la pastoral nos va a
conducir, después de ser debidamente
institucionalizado, por los caminos novedosos,
para regir y amplificar la Iglesia Santa. Por eso se
impone ahora cierta fusión entre el Consejo
Presbiteral, de Obispos y presbíteros con el
Consejo Pastoral, al que también entran los
laicos, con voz, con voto y hasta con mando.
¡La
corresponsabilidad del Cardenal Suenens ha
triunfado, se ha impuesto en la Iglesia!



La metáfora del "pueblo de Dios" nos ha
homogeneizado a todos y pretende que el
sacerdocio laical se confunda con el sacerdocio
jerárquico.
"Se desean diócesis más pequeñas; algunos
recomiendan asociaciones sacerdotales, mientras otros
subrayan los peligros de las mismas; se afirma la necesidad de
cierto pluralismo, pero se subraya igualmente su equivocidad,
respecto especialmente a tutelar la unidad de la Iglesia
universal".
Aquí tenemos una prueba del juego dialéctico,
que caracteriza al progresismo:
algunos recomiendan las
asociaciones sacerdotales, otros subrayan los
peligros de las mismas; afirman la necesidad del
pluralismo, otros subrayan su equivocidad
respecto a tutelar la unidad de la Iglesia.

Afirmación y negación, tesis y antítesis. Esta fue
la dialéctica conciliar, que nos dejó la confusión
en el equívoco.



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Message par InHocSignoVinces »

Prosigue el Primado de España:

"Se dibuja también la cuestión de la relación entre el
ministerio sacerdotal y las demás actividades; a este propósito
está bastante difundida la opinión: 1) De que no pueden servir
verdaderamente a la misión de la Iglesia, sino en cuanto sirvan
a la comunidad cristiana y a aquellos que no han recibido aún
el mensaje evangélico; 2) De que deben conciliarse con la
vocación a la unidad, propia del ministerio de Cristo".


Este comunitarismo, que, a partir del Vaticano II,
tanto se encarece, es claro que puede tener y de
hecho tiene un sentido perfectamente ortodoxo y
católico. La misión sacerdotal, los privilegios o
prerrogativas que en la ordenación recibimos,
como las que recibieron inmediatamente de
Cristo los Apóstoles, no se nos dieron en
beneficio propio, sino en beneficio de las almas.
La Iglesia, por el ministerio de sus sacerdotes,
cumple en el mundo su misión salvífica. Pero el
comunitarismo y el servicio, de que tanto nos
hablan, parece como una adaptación a una
humanidad socializada, según el marxismo-leninismo,
cuyas ideas fueron ya equiparadas,
por el jesuita José Porfirio Miranda y de la Parra,
con la palabra de Dios.


Dado el dogma católico de la Comunión de los Santos, existe
indudablemente una intercomunicación de orden
sobrenatural y divino entre todos los miembros
de la Iglesia, así triunfante, como purgante y
militante: todos formamos parte del Cuerpo
Místico de Cristo; y, en este sentido, toda nuestra
actividad, que tiene relación hacia la vida eterna,
contribuye, como dice el Apóstol, in aedificationem
Corporis Christi,
en la edificación del Cuerpo de
Cristo.
Este es el verdadero comunitarismo de la
Iglesia de Cristo; de esta fuente ha de brotar
nuestro servicio al prójimo para que tenga un
sentido y un valor de eternidad.



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Re: ¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

Message par InHocSignoVinces »

Incluye el resumen del Primado de España la
labor ecuménica, cuando dice que el ministerio y
las demás actividades sacerdotales "no pueden servir
verdaderamente a la misión de la Iglesia sino en cuanto sirvan
a aquellos que no han recibido aún el mensaje evangélico".

Indiscutiblemente, todo sacerdote, por su propia
y específica vocación, debe procurar llevar el
mensaje evangélico a todas las almas, que en su
paso encuentre, según aquellas palabras del
Divino Maestro: "Vosotros sois la luz del mundo... Así
brille vuestra luz ante los hombres, de modo tal que, viendo
vuestras obras buenas, glorifiquen a vuestro Padre del Cielo".

(Mat. V, 14- 16).


Pero, no es ése el "ecumenismo" del Vaticano II, ni
el de la Iglesia postconciliar, que ha venido a
suplantar la “catolicidad" de la Iglesia, su fuerza
expansiva, por ese nuevo movimiento a la
"unidad" de las sectas protestantes que no es
incompatible ni con la diversidad y multiplicidad
de los credos, ni con la pluralidad de los ritos, ni
con la carencia de la sucesión apostólica, en los
que así se llaman obispos o pastores protestantes.



"Hoy dice el Vaticano II, existe un movimiento de "unidad",
llamado "ecumenismo". Con todo, el Señor de los tiempos,
que sabia y pacientemente prosigue su voluntad de gracia
para con nosotros los pecadores, en nuestros días ha empezado a infundir, con
mayor abundancia en los cristianos separados entre sí, la
compunción de espíritu y el anhelo de unión. Esta gracia ha
llegado a muchas almas dispersas por todo el mundo, e incluso
entre nuestros hermanos separados ha surgido, por el
impulso del Espíritu Santo, un movimiento dirigido a restaurar
la unidad de todos los cristianos. En este movimiento de
unidad, llamado ecumenismo, participan los que invocan al
Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador, y
esto lo hacen no solamente por separado, sino también
reunidos en asambleas, en las que oyeron el Evangelio y a las
que cada grupo llama Iglesia suya y de Dios. Casi todos, sin
embargo, aunque de modo diverso, suspiran por una Iglesia de
Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y
enviada a todo el mundo para que el mundo se convierta al
Evangelio y se salve para gloria de Dios". (Decr. Unitatis
redintegratio, 1, 2).



He aquí lo que la Iglesia postconciliar entiende por
'ecumenismo" y al que, según el Primado de España,
ha de estar subordinado nuestro ministerio sacerdotal, para
ser auténticamente católico. Ese movimiento
ecuménico, del que habla el Vaticano II, ese
Concilio Mundial de las Iglesias, nada tiene que
ver con los deseos de Cristo, ni con la doctrina
tradicional de la Iglesia Católica.
Evidentemente,
deseamos la unidad; pero no el entreguismo.
Deseamos la conversión de los "separados", pero
no la mutilación o claudicación de nuestros
dogmas o su silenciamiento; ni mucho menos la
adulteración fraudulenta y sacrílega de nuestros
sagrados ritos y, en especial, del Santo Sacrificio
de la Misa.
No podemos atribuir a la acción del
Espíritu Santo ese movimiento anticatólico del
ecumenismo protestante, que no ha beneficiado,
sino positivamente ha dañado la fe de
muchísimos católicos.



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Pero, volvamos al discurso del Arzobispo de Toledo: "La
mayoría de los padres insisten en la vocación espiritual del
sacerdocio y denuncian el peligro de un clericalismo o
neoclericalismo, así como también de un cierto mesianismo, o,
según se dice, horizontalismo. Otros sostienen que deben
adoptar responsabilidades directas en materias técnicas o
políticas".


Según estas palabras, parece que los
padres sinodales centraron muy bien el
sacerdocio católico, tal como corresponde a los
designios divinos; sin embargo, vemos de nuevo
la contradicción dialéctica.
Se habla de "vocación
espiritual del sacerdocio"
es decir, de que el
llamamiento que Dios nos hizo, fue para
dedicarnos a las cosas del alma, no a las cosas
materiales; se denuncia el "clericalismo' o
neoclericalismo, o sea la injerencia indebida del
clero en los asuntos del Estado, de la política.

Pero, a renglón seguido, se sostiene que los
sacerdotes deben adoptar "responsabilidades directas
en materias técnicas o políticas".
¿Qué
responsabilidades directas pueden o deben tener
los sacerdotes católicos en "materias técnicas o
políticas"
? ¿Se intenta derrocar a los gobiernos o
sustituir los regímenes imperantes por la socialización comunizante?
¿Van los curas, abandonando su ministerio sacro,
a dedicarse a hacer política, a encabezar
movimientos revolucionarios, a dirigir la técnica
de las industrias?



Hay una tesis peregrina, sostenida por algunos padres sinodales, de la
cual nos dice el Primado de España: "Se ha invocado
un sano espíritu creativo o inventivo, sin prescindir de la
certeza y de la seguridad jurídica; finalmente se dice que el
espíritu de comunión debe penetrar la codificación del nuevo
Derecho".


Esta terminología, esta ideología no son
católicas;
son innovaciones y reformas, que
parecen destruir toda la estructuración canónica
de la Iglesia. Dejar al espíritu creativo e inventivo de
cada sacerdote, de cada obispo, la doctrina, la
moral, la liturgia, la disciplina de la Iglesia, es
destruir la Iglesia, con los experimentos y
mudanzas de los hombres. ¿Es compatible este
espíritu inventivo y creativo con la certeza y
seguridad de la ley de Iglesia?


Tampoco entiendo ese "espíritu de comunión", que,
a juicio de los padres sinodales, debe penetrar la codificación del
nuevo Derecho Canónico. ¿Quieren los padres
sinodales decir que la "corresponsabilidad", que
supera la misma "colegialidad" de los destacados
corifeos del progresismo, va a imponerse en el
nuevo Derecho Canónico? ¡El gobierno de la
Iglesia Universal en manos, no tan sólo del
colegio de obispos, entre los cuales Pedro tan
sólo es primus inter pares, el primero entre los
iguales, sino en participación también de los
Genaros, de los Álvarez Icaza y de todos esos
pontífices mínimos de la Iglesia postconciliar!



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EL CELIBATO SACERDOTAL


Este era uno de los temas principales, que debía
tratarse en el último Sínodo de Roma. Parecería
que la encíclica de Paulo VI, sobre tan importante
materia, había puesto ya el punto final a la polémica
de curas y prelados, que, olvidados de su prístina vocación,
suspiran ahora por los deleites del tálamo, dentro
de las normas jurídicas de la Iglesia de Cristo.

Sin embargo, una fuerte corriente, en la que había
también algunos obispos, como nuestro ya tan
conocido Sergio VII (Sergio Méndez Arceo, obispo
de Cuernavaca), seguía pugnando por hacer
compatible el matrimonio con el sacerdocio, tal
vez para legitimar a algunos hijos de "riego", que
Dios les dio. Unos querían el celibato opcional;
otros —y esta parece ser la tesis que al fin dejó la
puerta abierta— opinaban que, dada la creciente
escasez de los presbíteros, se pudiese ordenar,
con permiso del Papa, a los casados y con hijos.
Veamos lo que nos dice el Primado de España:


"La multiplicidad y complejidad de las ideas expuestas (por
los padres sinodales) hace difícil e incompleta esta
síntesis, debiendo limitarse necesariamente a los puntos más
sobresalientes y a los enunciados en los que ha habido mayor
convergencia.

A) Sacerdocio y celibato.

1) Mutua comprensión. Aun admitiendo que se trata de
realidades divinas y separables, se reconoce que el celibato es
la mejor condición para el ejercicio del ministerio apostólico.
Los padres (sinodales) quieren que se conserve como ley
universal para la Iglesia latina.

Es muy muy consolador que la mayoría de los padres sinodales hayan
pensado así. Lo que no es tanto es que
hayan ni admitido discutir una vez más lo que
estaba ya definido, por la suprema autoridad. Lo
que nos hace temer es que en uno de los
próximos sínodos, vuelva a proponerse, corno
materia de discusión parlamentaria, este tema
escabroso, que parece inaceptable para el
hombre moderno; de hecho los interesados por el
celibato opcional no han doblado las manos y
siguen demostrando que la castidad es un mito
imposible. Al admitir la discusión sobre el
celibato, después de la encíclica de Paulo VI,
los
padres sinodales parecían declarar
que sobre la autoridad del Pontífice estaba la
autoridad de la mayoría. Y Paulo VI, con su
aceptación, parece que apoya a sus venerables
Hermanos, en sus pretensiones insostenibles.
Nada hay ya estable; todo puede cambiar.
Los
sínodos o concilios venideros pondrán a la Iglesia
en un cambio constante. Prosigue el Cardenal
Tarancón:


2) Significado. Además de los motivos históricos, que están
en el origen de esta ley y de las motivaciones filosóficas
adoptadas para explicarla, e! celibato está hoy en vigor y
confirmado en la Iglesia, ya por su valor actual y por su
significado de plena disponibilidad para la evangelización, y
como expresión eficacísima de los valores cristianos fundamentales,
ya porque responde a los más profundos ideales
de la vida, como expresión de entrega total al servicio de Dios
y de los hombres, de liberación de las alineaciones de la actual
sociedad de consumo, de amor personal y de fe en las últimas
realidades de la historia humana.

Estas son, aunque tal vez no debidamente jerarquizadas ni
expresadas, las razones principales de orden
humano, que justifican y defienden esta ley de la
Iglesia. Adaptando las palabras de la
Constitución "Lumen Gentium" del Vaticano II, al
hablar de la vida religiosa, podríamos decir que
el celibato sacerdotal nació de "los consejos
evangélicos, fundados en las palabras y ejemplos del Señor y
recomendados por los Apóstoles, por los Padres, doctores y
pastores de la Iglesia";
que estos consejos son "un don
divino, que la Iglesia recibió del Señor. . . La autoridad de la
Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de
interpretar esos consejos, de regular su práctica y de determinar
también las formas estables de vivirlos".
En la misma Constitución "Lumen
Gentium"
leemos: "La santidad de la Iglesia se fomenta
también de una manera especial en los múltiples consejos, que
el Señor propone en el Evangelio, para que los observen sus
discípulos, entre los que descuella el precioso don de la gracia
divina, que el Padre da a algunos, de entregarse más fácilmente
sólo a Dios en la virginidad o en el celibato, sin dividir con
otro su corazón. Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha
sido considerada por la Iglesia en grandísima estima, como
señal y estímulo de la caridad y como un manantial
extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo".
No es
exigida, ciertamente, por la naturaleza misma del sacerdocio,
como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva, y por la
tradición de las Iglesias Orientales, en donde, además de
aquéllos que, con todos los obispos, eligen el celibato como un
don de la gracia, hay también presbíteros beneméritos
casados"...



En estas palabras, el Vaticano II, dejó la
inquietud que, desde el Concilio ha ido
ocasionando tantas deserciones entre los
sacerdotes. Según ese documento conciliar el
celibato "no es exigido por la misma naturaleza del
sacerdocio";
luego, piensa el progresismo con razón
aparente, no hay motivo para imponer tan grave
yugo a los sacerdotes de la Iglesia latina, sobre
todo cuando la práctica de la Iglesia primitiva y la
tradición de las Iglesias Orientales demuestran de
hecho la posibilidad de unir la vida conyugal con
la vida sacerdotal.


Pero, contra estas razones, tenemos, en primer
lugar, la tradición milenaria de la Iglesia latina;
tenemos el testimonio de los Padres y Doctores
de la Iglesia; tenemos el ejemplo viviente de
tantísimos santos; tenemos el sentir común de
eclesiásticos y de fieles católicos, que han
considerado el celibato no sólo como un
esplendor, un adorno del sacerdocio, sino como
algo indispensable para la entrega total a Dios,
que pide la santificación personal y la salvación y
santificación de las almas del prójimo.



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InHocSignoVinces
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Re: ¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

Message par InHocSignoVinces »

Si es verdad que, entre los Apóstoles,
algunos eran casados, también debemos
recordar las palabras de San Pedro a Cristo: "Tú
lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".

Jesús le contestó y dijo: "En verdad os digo, nadie
habrá dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre,
o hijos, o campos, a causa de Mí y a causa del Evangelio, que
no reciba centuplicado ahora, en este tiempo, casas, hermanos,
madre, hijos y campos —a una con persecuciones— y,
en el siglo venidero, la vida eterna".
(Mc. X, 28-30).


Pero, los padres conciliares, al menos algunos,
según nos dice el Arzobispo de Toledo no pensaban
así. Citemos sus palabras:

B) ORDENACIÓN DE HOMBRES CASADOS.

El problema de su posibilidad o conveniencia ha
sido examinado en un doble aspecto:

1) Necesidad, valor y significado actual de tales
ordenaciones: a) La han pedido como solución válida algunos
padres (sinodales), al menos para los países donde
escasean sacerdotes que puedan predicar y administrar los
sacramentos; además de remediar la escasez de vocaciones, la
unión de matrimonio y sacerdocio mostrará al mundo valores
nuevos, una nueva forma de presencia de Cristo en el mundo,
y la expresión de aquella consagración con que el cristiano
eleva todas las cosas mundanas y temporales. Así mismo el
sacerdocio célibe, voluntariamente preferido, adquiriría un
más alto valor de signo; b) Frente a tales motivos, un grupo
más numeroso de padres mantiene que, por exigencias de la
predicación y de la administración de sacramentos, puede
concederse (sin derogar por ello la ley general del
celibato obligatorio) la ordenación de hombres casados a
las Iglesias locales que lo pidan, con algunas condiciones, a
título de excepción y a juicio de la Santa Sede, c) Otros
padres también, aun admitiendo la validez de los motivos, no
creen oportuno conceder, por el momento, tales facultades.

2) En la discusión ha salido a relucir también que
— especialmente por motivos históricos y
psicológicos y teniendo presente el modo con que se trata tal
problema hoy dentro y fuera de la Iglesia, a
través de los instrumentos de la opinión pública—
de hecho la concesión sería recibida como un primer paso que
inevitablemente abriría el camino a otras concesiones, hasta la
abolición de la misma ley.

3) La mayor parte de los padres sostienen que la ordenación
de hombres casados no solamente no resolvería los problemas
fundamentales, sino que surgirían otros más graves,
particularmente por la menor movilidad de este tipo de presbíteros
y por su menor libertad y capacidad misionera a
causa de la complejidad de la vida familiar en el aspecto
psicológico, sociológico y económico. Se crearían, además un
clero de primera categoría y otro de segunda. Pero, el motivo
más serio para rechazar la propuesta es por las graves
consecuencias en Ion sacerdotes de hoy, en los seminaristas e
incluso en las futuras vocaciones que —sin un alto ideal
de entrega total acabarían por disminuir
considerablemente.
La Iglesia vería menguada su propia
movilidad y el ímpetu misionero perdería su fuerza de fiel
resistencia, especialmente en los países donde es perseguida la
fe, como atestiguan las importantes declaraciones de los
padres venidos de aquellas regiones. Según otros, también
motivos de orden económico deberían aconsejar no la
abolición, sino el mantenimiento de este valor que falta en
otras Iglesias. La penuria de vocaciones, además de que se
reciente, también demuestra que el celibato no es la causa
principal; la historia, asimismo, confirma que el celibato es
posible sólo en un contexto social y comunitario que lo
favorezca.

4) La mayoría de los padres no desea que se
conceda a las Iglesias locales la posibilidad de admitir para el sacerdocio a
hombres casados, porque —por la vecindad geográfica,
o por la semejanza de problemas— esta concesión
sería como una forma de coacción moral hacia las otras
Iglesias y conduciría a la abolición del celibato. No pocas de
las otras funciones por las que se pide la ordenación de tales
sacerdotes podrían confiarse a los seglares, a los religiosos y a
las religiosas, integrándolos más plenamente en la acción
misionera de la Iglesia, creando también, ojalá, nuevos ministerios, sin hablar
de la ordenación de diáconos casados, según la ley vigente".


C) Circunstancias históricas del celibato.

1) Algunos padres afirman que el celibato se ha hecho hoy
más difícil por las transformaciones actuales del mundo,
especialmente en el plano antropológico y sociológico
(importancia de la sexualidad, el cambio de
relaciones entre los sexos, la tarea creadora, el
culto exagerado de la libertad, etc.).
Otros cambios en el seno de la Iglesia y la
revalorización de otras formas auténticas de vida cristiana
hacen que se presente más complicado el problema, obligando
a considerarlo con ojos nuevos. En este nuevo contexto
cultural y religioso, sin embargo, el celibato puede aparecer
también bajo una luz nueva y bajo un esplendor renovado
como expresión legítima y actual de una vocación personal al
amor de Dios, de libertad absoluta al servicio de Dios y del
prójimo, de renuncia a toda esclavitud, de radical contestación
contra la sociedad actual de consumo y su atmósfera asfixiante
de hedonismo y de sexualidad.

2) Para que el celibato pueda hacer y desarrollarse como
señal válida ante la Iglesia y ante el mundo son indispensables
algunas condiciones humanas, eclesiales y espirituales:
pobreza evangélica, hermandad, espíritu de servicio, alegría,
esperanza, desprecio de los honores, vigilancia constante, esfuerzo ascético continuado.


D) Otros problemas relacionados con el celibato.

1) Readmisión al ministerio. Todos los padres que han
tratado este punto se han manifestado contrarios
a que aquéllos que, por cualquier motivo, han
sido reducidos al estado laical sean readmitidos a
las funciones sacerdotales.

2) Conducta hacia los sacerdotes secularizados.
Algunos proponen que el problema se estudie
más a fondo, insistiendo en que tales sacerdotes
sean tratados con mayor justicia y caridad,
reconociéndoles aquellos deberes y aquellos
cometidos comunes a los demás fieles. Algunos
piden que el proceso de secularización se
simplifique y se haga más humano; unos pocos,
finalmente, desean que tal proceso sea
completado por medio de las curias episcopales.

3) Relaciones entre las Iglesias locales y la Santa Sede.
Frecuentemente se ha oído hablar de
subsidiariedad y colegialidad pero con
conclusiones diversas o contrarias; sin embargo,
respecto al celibato, casi todos los padres opinan
que la decisión no debe ser dejada únicamente a
las Conferencias Episcopales.

4) Iglesias Católicas de rito oriental.
Tienen sus tradiciones que pueden
enseñar algo a la Iglesia latina.


E) Previsiones para el futuro.

La discusión sobre celibato ha hecho surgir
también otros problemas.

1) La posibilidad de una exigencia renovada de integrar a los
laicos en la misión total de la Iglesia, atribuyéndoles funciones
también acaso de naturaleza ministerial. 2) Posibilidad y
necesidad de versificar los ministerios y de introducir algunos
nuevos, teniendo, sin embargo, presente la necesaria unidad de
todos los ministerios en la Iglesia y la necesaria relación en el
mismo ministerio, de las diversas funcionan (Por ejemplo,
la función profética, cultural y pastoral en el
ministerio sacerdotal). 3) Una nueva forma de
presencia en el mundo exige que el ministerio apostólico esté
caracterizado en mayor escala por el espíritu misionero, por
una mayor sensibilidad, disponibilidad, libertad.
En tal contexto se entiende el celibato,
cuya observancia debe ser facilitada por ciertas condiciones de
vida eclesial e individual (forma evangélica de
ejercicio de autoridad de la Iglesia, relaciones
fraternales con el obispo, corresponsabilidad
efectiva, inserción real de todo sacerdote en los
trabajos del presbiterio, vida ascética y
espiritual!).


4) Relaciones entre la dimensión profético-misionera y
cultural-sacramental en el sacerdote, es decir, entre la
proclamación de la palabra de Dios en todas sus formas y la
celebración de los sacramentos. Mientras se afirma que la
crisis de identidad del sacerdocio es debida a haberlo reducido
exclusivamente al culto, sería contradictorio exponer una
nueva forma de vida sacerdotal que, con motivo de los
compromisos profesionales o familiares, lo redujese de nuevo
solamente a la celebración de la Eucaristía y a la
administración de los sacramentos. Esto no correspondería a
las exigencias actuales.

5) Es necesario estudiar la adaptación de las estructuras
eclesiales (parroquias, comunidades de base, etc.)
para mejor insertar la Iglesia en el mundo de hoy. La historia
enseña, y a todo nuevo tipo de sociedad y de comunidad ha
sido necesario adaptar una nueva forma de ministerio, con una
nueva matización de las funciones del mismo".

A CONTINUACIÓN... COMENTARIO CRÍTICO DEL R.P. SÁENZ Y ARRIAGA A LAS ABSURDAS Y SUICIDAS PRETENSIONES CONCILIARES DE ACABAR CON EL CELIBATO SACERDOTAL
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InHocSignoVinces
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Re: ¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

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COMENTARIO CRÍTICO DEL R.P. SÁENZ Y ARRIAGA A LAS ABSURDAS Y SUICIDAS PRETENSIONES CONCILIARES DE ACABAR CON EL CELIBATO SACERDOTAL


Al plantear el problema sacerdotal, era evidente
que los padres sinodales tratasen del fenómeno
gravísimo, que en todos los países estamos
presenciando, de la disminución progresiva de las
vocaciones, tanto a la vida religiosa, como al
sacerdocio secular. Antes de buscar el urgente
remedio, parece que hubiera sido conveniente y
necesario el investigar las causas verdaderas de
este fenómeno, que a no dudarlo tiene que
afectar a la salvación de las almas y al
cumplimiento de la misión primordial que Cristo
dio a su Iglesia.
Hasta la muerte de Pío XII, a
pesar de los horrores de las dos guerras
mundiales, a pesar de la persecución religiosa en
México, a pesar de la guerra civil en España y de
los miles de sacerdotes y religiosos sacrificados
por el comunismo, el problema, que estamos estudiando, no se había
presentado en el mundo.
En todos los países, aun
en aquéllos que no pueden considerarse como
católicos, las vocaciones abundaban así para el
sacerdocio, como para la vida religiosa. Y, no sólo
había numerosas vocaciones, sino que, los
llamados iban buscando en los seminarios o en
los noviciados la propia santificación y la
santificación de los demás, con un espíritu
innegable de absoluta entrega.
La vida religiosa y
la vida sacerdotal, por más que digan, no
era entonces un paraíso. La disciplina era
austera, el estudio pesado, la vida interior
sincera. Todo, en esas casas de formación,
contribuía a hacer sentir a los jóvenes el sentido,
la trascendencia y el valor meritorio de su
completo sacrificio. Los Superiores, entregados
de lleno al cumplimiento de sus altísimos
deberes, vigilaban, aconsejaban, corregían,
castigaban, consolaban y procuraban ser, en sí,
vivos ejemplos a los llamados a tan sublime
vocación. Había selección; no montón numérico.

Y, sin embargo -todos los recordamos con tristeza
había tantas vocaciones, que, en algunos seminarios,
no se aceptaban a todos los candidatos,
por falta de cupo y de recursos para
poder atender debidamente a los que ingresaban.



En pocos años, como si una helada inclemente
hubiera marchitado todos esos vergeles, los
noviciados y los seminarios vieron vacíos.
Ejemplos, que confirman, lo dicho abundan, en
todas partes. En España, la cuna de la Compañía
de Jesús, se han cerrado varios noviciados y
casas de estudio, por falta de vocaciones.
En Navarra, que era un semillero inagotable de
vocaciones, éstas han terminado. Aquí tenemos
el caso elocuente de la Diócesis de Zamora, en
donde cada año se ordenaban más de veinte
sacerdotes, y ahora, después de dos años de
progresismo, ve sus seminarios vacíos, sin
vocaciones, sin tradición alguna del pasado.

Bastaría este fenómeno, para que nuestros
prelados, si quisieran abrir los ojos,
comprendiesen que este camino no nos lleva a
ninguna nueva primavera, a ningún esperado y
prometido "Pentecostés", sino a una tragedia
espiritual de incalculables consecuencias.



No vamos a enmendarle la plana a Cristo; ni
vamos a entregar en manos de los laicos la
administración de los sacramentos, ni el manejo
de las cosas sagradas; no vamos a suplir las
vocaciones sacerdotales con niñas de minifaldas,
ni con niños a go-gó.
Faltan vocaciones, porque
se ha perdido el espíritu, porque estamos en una
crisis de fe, porque en los seminarios y
noviciados "aggiornados" los aspirantes —ellos y
ellas— ya no encuentran lo que buscaban, para
seguir a Cristo en la renuncia, en la entrega total.



Hasta en la manera de vestir, esos jóvenes encuentran más
aceptables las modas del mundo, que la
indumentaria poco escrupulosa de algunos de los
moradores de esas casas de "formación". Ahora en
esos sitios, en otro tiempo sagrados, los jóvenes
seminaristas o novicios no sólo se encuentran con
el mundo, que habían dejado, sino, con gran
escándalo y sorpresa, se encuentran con
profesores, compañeros, libros, revistas,
conferencias y clases, que ponen en peligro su fe
y con ella su eterna salvación.
¡Mejor que no
entren a esos seminarios, a esos noviciados, si ha
de ser para perder el alma!



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