TRES ACTITUDES DISTINTAS FRENTE AL NEO-MODERNISMO
San Gregorio Magno escribió una frase memorable, que, en las actuales circunstancias de herejía, de
apostasía y de cisma, nos parece de una importancia capital, para esclarecer la conciencia de tantos timoratos
o engañados, como hoy, consciente o inconscientemente, están colaborando, en la "SATANICA
REVOLUCION", que, desde dentro, llevan a cabo esa "autodemolición" de la Iglesia fundada por Cristo:
"Si, para defender la verdad —escribe el gran Pontífice— se corre el riesgo de que sobrevenga un escándalo,
es preferible que venga el escándalo, antes que dejar de defender la verdad".
Y el melifluo San Bernardo, en frase de idéntico sentido escribe: "El que, por obediencia, se somete al mal,
está adherido a la rebelión contra Dios y no a la sumisión debida a El". Citemos unas palabras del divino Maestro,
que confirman las dos frases de esos dos santos: "Porque es forzoso que vengan escándalos (dada la fragilidad y malicia de los hombres); pera, ¡ay de aquél por quien el escándalo viniere! Si tu mano o tu pie te hace tropezar, córtalo
y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo, que ser, con tus dos manos o tus dos
pies, echado al fuego eterno". (Mat. XVIII, 7 y ss.).
Ante la subversión actual en la Iglesia —guerra satánica, total, a muerte contra la religión— sólo son posibles tres actitudes: la de la claudicación, la de la sumisión y la de la resistencia. La primera actitud es la de aquellos que ya perdieron la fe. Al asumir esta actitud los católicos (sean simples fieles, sean sacerdotes, sean
obispos, o cardenales o sea el papa) no sólo se han pervertido, no sólo han abandonado la fe tradicional, sino que
se han convertido en "activistas" incansables, en difundidores y defensores de las herejías modernistas.
Conscientemente quieren la "autodemolición" de la Iglesia y a ella consagran todos sus recursos y las torcidas
interpretaciones que su soberbia ha dado a la Palabra Revelada.
Los "sumisos", que, por desgracia abundan, por incapacidad mental, por conveniencia o por cobardía, insisten en defender que,
en el bien o en el mal, en la verdad o en el error, debemos estar con el Papa y con los obispos, de tal manera que es preferible ir al
infierno por obediencia que ir al cielo por esa que ellos llaman desobediencia. A muchos de éstos o les falta
cabeza o les falta ciencia o les faltan "pantalones", para decidirse a obrar, según su conciencia y el don
sobrenatural de la fe que en el Santo Bautismo recibimos.
La tercera actitud, la única verdaderamente católica, coherente, provechosa y necesaria para la vida eterna, es la que, ante los evidentes derrumbes en la Iglesia de Dios, ante la "autodemolición", que estamos presenciando y de la cual el mismo Paulo VI ha dado
testimonio; ante el hecho innegable de que ahora hay ya dos religiones, dos "economías" del Evangelio, dos
distintas "mentalidades", ellos con plena conciencia de su responsabilidad ante Dios y ante los hombres,
solemnemente declaran: que entre la religión de veinte siglos, de todos los Papas y de todos los Concilios, y la
religión del "aggiornamento", del "ecumenismo", la de Juan XXIII, Paulo VI y su Concilio Pastoral, están o
estamos dispuestos, incluso a costa de la vida, de todas las difamaciones, calumnias y afrentas, a conservar la
fe de siempre, la fe de nuestro bautismo, la de nuestra eterna salvación.
La primera actitud es, humanamente hablando, muy jugosa: protección y aprecio de los obispos, de los
párrocos, de los que están en el poder; buenas entradas de dinero, libertad para hacer y decir lo que se quiera,
perspectivas halagüeñas de futuras promociones, de dignidades y puestos de mando. Están haciendo su
carrera para llegar a Monseñores, a cancilleres, obispos y cardenales; sobre todo ahora, cuando, para
alcanzar esos puestos honoríficos, no se necesita la ortodoxia, la limpieza de costumbres, ni la ciencia
suficiente en los promovidos, sino basta tan sólo una fidelidad ejemplarizada a la nueva religión. Este grupo lo
forman los traidores; los apóstatas, herejes o cismáticos; los que no creen en nada, porque han perdido el
don sobrenatural de la fe. Y los pecados contra la fe son pecados contra el Espíritu Santo, que difícilmente
se perdonan, porque la fe, cuando se pierde no se recupera fácilmente.
La segunda actitud es lastimosa, digna de compasión. Están engañados; sospechan, sin embargo, que la cosa
no va bien, pero les falta la decisión para investigar, en la verdad y sinceridad de su corazón, dónde está la
VERDAD REVELADA, si en el Vaticano II, Juan XXIII y Paulo VI o en los Concilios todos anteriores y en los
Papas legítimos de la Iglesia, predecesores de los dos últimos Papas. Porque hay contradicción evidente; hay
dos religiones opuestas; hay la Iglesia de las catacumbas y la iglesia triunfalista de Juan B. Montini, que no es la de Cristo. La indecisión, la cobardía no excusan de pecado; ni la ignorancia, a no ser que ésta sea
invencible; pero recordemos que, en los bautizados, no puede darse esa ignorancia invencible en las verdades
elementales para la salvación, a no ser que se haya perdido voluntariamente el don sobrenatural de la fe, por
un pecado contra la fe. Esto es lo que está pasando, trágicamente, la fe se está perdiendo sin que la gente se
dé cuenta; la nueva religión se ha aceptado con una increíble docilidad, y, al aceptar la nueva religión,
necesariamente se pierde de modo progresivo, insensible y rápido, la fe.
Aquí también señalamos la inconmensurable gravedad de los pecados contra la fe de los obispos y de los
sacerdotes, aunque sean monseñores o sean cardenales, por cuya culpa —aunque sea ésta tan sólo de omisión—
las almas inmortales se están yendo al infierno, aunque ellos digan que no hay infierno.
No queda, pues, sino la última postura racional, libre, resulta, inconmovible: la de la resistencia. Lucharemos, sí, lucharemos, con la gracia de Dios; lucharemos hasta la muerte; lucharemos, aunque en su furia Su Eminencia o personas arriba de su eminencia quieran echar sobre nosotros otra "excomunión". Si esto es para
el P. Antonio Brambila el querer yo excomulgarme; para mi conciencia sacerdotal y católica esto significa
querer salvarme, querer morir en la fe de mis antepasados. Que él y los que le siguen busquen realizar el
imposible de unir el no ser con el ser.
FIN
R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga, SJ.
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