La Civiltà Católica - Julio 1972 a écrit:
La presencia viva y activa de Cristo en la Iglesia, que actúa en el don del Espíritu Santo, hace que la Iglesia "sea viva", sea
"activa", sea siempre "joven". Es verdad que muchos católicos no se dan cuenta de esto: la vieja costumbre a la crítica sistemática y apriorística a la Iglesia institucional, el complejo de inferioridad y autodemolición que se ha extendido en el mundo católico y que se empeña en ver todo mal en la Iglesia Católica y todo bien fuera de Ella, no les permite a muchos católicos el ver lo que Paulo VI llama las señales de esperanza que pueden verse ya en la Iglesia. Y, sin duda, estas señales son fruto de la presencia viva de Cristo y de la acción de su Espíritu en la Iglesia de hoy.
"¡Cuántos cristianos -dice Paulo VI— sienten una intensa necesidad de oración y de unión con Dios! ¡Cuántos almas generosas
buscan un estilo de vida más evangélico, nutrido en la contemplación, vivido en el amor fraterno! ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y
religiosas, apóstoles laicos dan su testimonio al Señor, con una abnegación y fidelidad, que es ciertamente fruto del Espíritu
Santo! ¡La preocupación por la justicia en el mundo atormenta a muchísimas almas! ESPECIALMENTE ENTRE LOS
JÓVENES, y los empuja a dedicarse valerosa y desinteresadamente a la elevación y al mejoramiento de los pueblos, al cuidado
espiritual y material de los hermanos! Un mayor sentido de pobreza, a imitación de Cristo y de la Iglesia Apostólica, está hoy vivo
en la conciencia eclesial, y empuja a muchos, como a nuestros solícitos misioneros, al heroísmo. Una apertura mayor a los valores
positivos del mundo, admirablemente alentada en la Constitución Apostólica 'Gaudium et Spes' hace a la Iglesia de hoy abierta y dispuesta a todos los sectores de la vida social, cultural, espiritual de la humanidad, que va buscándose a sí misma. La Iglesia es
experta en humanidad".
Prosigue el Papa subrayando el espectáculo que el Episcopado mundial ofrece al responder siempre mejor, a las urgentes
necesidades del mundo, con el afloramiento de nuevos órganos de acción pastoral y el florecimiento de nuevas formas de
apostolado laico.
"Crece -observa el Papa en particular— el sentido social y la caridad operante. Efectivamente, es todo un florecimiento de
iniciativas por la catequesis, por la acción social, por el cuidado de los pobres, por la asistencia espiritual a los obreros, la
irradiación cristiana entre los medios de comunicación social; un renovado espíritu misionero, que une entre sí a las diversas
Iglesias locales, sin olvidar el prominente sostenimiento de las obras misionales pontificias, un desbordamiento de generosidad y
de dedicación infiltra siempre más grandes grupos del clero y del laicado. En estas obras, los obispos del mundo entero están en
primera linea y se sienten íntimamente unidos a la Santa Sede que los sostiene. El Sínodo del pasado otoño ha sido una prueba
muy conspicua de esta mutua colaboración, en la solución de urgentes y delicados problemas internos —como el sacerdocio
ministerial— y externos a la Iglesia— como la justicia en el mundo".
Después de haber subrayado las iniciativas de la Sede Apostólica "para salir al encuentro de las exigencias del mundo" —poco
antes había él subrayado las dificultades que la Iglesia encuentra al ejercitar su oficio "profético", que no es sólo de anunciar la
verdad y la justicia, sino deplorar, denunciar, condenar las culpas y los delitos cometidos contra la justicia y la verdad— Paulo VI ha
concluido:
'Todos estos elementos, aunque seleccionados entre muchos y apenas mencionados, son una señal indudable de la vitalidad de la
Iglesia; y no es una vana complacencia, creemos, el insistir, sino sencillamente poner delante de los ojos el misterio de la fe, sin el
cual el cristiano perdería su identidad y la confianza en la Iglesia".
No ha abandonado, pues, el Señor a su Iglesia; en ella no se ha extinguido su espíritu. Tomar conciencia de este hecho es hoy de
suma importancia. Porque hay muchos tentados a abandonar la Iglesia "institucional" y tomar la propia distancia de Ella,
convencidos de que sólo así pueden ser fieles a Jesucristo. Pero, esta es una terrible y desastrosa ilusión, que ha hecho muchas
víctimas en el pasado, condenándolas a la esterilidad; porque, los que por ser fieles a Jesús han abandonado la Iglesia, tal vez
acabaron por abandonar también a Cristo. Mas, la mayoría de éstos se han consumido en esfuerzos espiritualmente estériles,
acabando en la desilusión y en el aislamiento, como los restos de un naufragio, agitados por el oleaje. Alejados de la "vieja" Iglesia, para ser parte de la Iglesia "nueva", casi "inventada" por ellos, en su constitución, en sus dogmas, en sus costumbres, en el Derecho, han acabado por encontrarse solos, en pequeños grupos, encerrados todos ellos en sí mismos, sin hacer otra cosa que criticar, rabiosa y lamentablemente, la "vieja" Iglesia, sin terminar por poner en práctica ninguno de los propósitos de renovación cristiana y eclesial, por la cual ellos habían abandonado la Iglesia.
En realidad, para el cristiano, la Iglesia —la grande y vieja Iglesia, que San Agustín llamaba Católica, en oposición a la "pequeña y
nueva" Iglesia de Donato, la "pars Donati", es su casa espiritual, la patria de su alma, la madre de su fe: fuera de la "Católica", él está sin Cristo y sin su Espíritu. Por eso, la fidelidad a Cristo es lo mismo que la fidelidad a la Iglesia.
Pero, no a una Iglesia, como debería ser, sino a la Iglesia como históricamente es. Porque "la Iglesia como debería ser" no existe y no puede existir, mientras la Iglesia viva en la Historia. La Iglesia perfecta, sin mácula, sin arruga, sólo existe en la eternidad. Esto
no significa, sin embargo, que el cristiano deba resignarse al "mal" en la Iglesia y no hacer nada para quitar de su rostro las
manchas y las arrugas. Todos debemos empeñarnos en la renovación de la Iglesia y debemos trabajar, cada uno, según sus
posibilidades, porque sea siempre más fiel a los designios en realizar el designio de Cristo sobre Ella, corno está indicado en el
Evangelio. Es esta una emulación de estímulo a una mayor fidelidad al Evangelio la que debe provocar las impugnaciones o
críticas a la Iglesia: la impugnación es un fenómeno que siempre ha existido y que no debe ser considerado apriori como una
rebelión a la Iglesia o como una señal de un amor menor hacia Ella; sino, más bien, como una expresión de un amor sincero,
aunque, alguna vez, herido a la Iglesia. Es señal del "celo" del que hablaba San Pablo, porque la Iglesia se presente ante
Cristo "como una virgen pura" (2 Cor. XI, 2): con la condición -es evidente - que esta crítica se haga con caridad, la caridad es
"paciente y benigna", no piensa mal, no se recrea en la iniquidad, es con espíritu "filial", no con aspereza y dureza despiadada, ni con el ánimo del que se siente ajeno a la Iglesia o del que se siente "puro", no envuelto en esta infidelidad y no sintiéndose partícipe de sus males. Es propio de los fariseos criticar a la Iglesia desde fuera, sin hacerse participes, antes que nada de la impugnación misma que ellos hacen en contra de la Iglesia; porque eso es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga que traen
atravesada. El pecado y la infidelidad de la Iglesia es pecado de todos los cristianos; y el que se sienta con derecho o, tal vez, con
deber de acusar a la Iglesia, debe acusarse también, por lo mismo en el "manojo".
"Así", hay muchas cosas en la Iglesia de hoy, que deben cambiarse, puesta a salvo, evidentemente, la substancia de su divina
constitución. La Iglesia debe, por lo tanto, estar siempre "atenta", ante todo, a la palabra de Dios; siempre pronta y dispuesta a
dejarse juzgar por esta palabra y deseosa de conformarse a ella; pero también a la palabra de los hombres, de aquéllos que entre
los hombres son sus hijos, a los que el Espíritu Santo concede el carisma de la doctrina y de la profecía; pero también a la palabra
de los hombres no cristianos y no creyentes, porque la palabra de estos incrédulos puede ser para la Iglesia una "Señal de los
tiempos".
Más aun, el cristiano no debe olvidar que la Iglesia está siempre muy lejos del ideal evangélico, que debe buscar siempre: por esto,
el cristiano no debe desalentarse, ni entregarse a la desconfianza, a la actividad perezosa y a la infidelidad a la Iglesia; sino debe
tener paciencia y caridad, saberse conservar confiado y sereno, insistir en la oración por la Iglesia y por aquéllos, que tienen hoy la
tremenda responsabilidad de gobernarla. A esto invitaba Paulo VI, al terminar su discurso a los cardenales, el 23 de junio, con las
siguientes palabras:
"La lentitud, los errores, las pruebas son inherentes al misterio de la cruz y de la Redención de Cristo. Sólo la certeza de estar
haciendo la obra de Dios debe sostenerse. Sólo ella nos dará la serenidad indispensable para poder llevar adelante nuestra propia
misión. Todos los días es necesario comenzar de nuevo. Después del Concilio Ecuménico, no se trata de destruir, de acusar, sino
de ponernos todos a trabajar por mejorar, por sanar, por plantar, por renovar, por construir, en el auténtico sentido de la unidad de
la fe, del culto, de la caridad, de la obediencia y de la colaboración.
"Todas las obras de la Iglesia vienen de Dios y a El deben conducirnos. Podemos transformar la estructura, pero no el espíritu, que
es necesario inspirar en ella: este espíritu es un don de Dios. Si las tensiones son inevitables, la comunión de la fe, el estar
adheridos a la Tradición viviente, la fidelidad a la enseñanza del Magisterio serán siempre la garantía indispensable de la unidad y,
al mismo tiempo, el único camino, en el cual podamos conservar y aumentar la esperanza en la Iglesia".
A CONTINUACIÓN... EL COMENTARIO CRÍTICO Y DEMOLEDOR DEL PADRE ARRIAGA A ESTE ANÓNIMO ARTICULO DE CLARA INSPIRACIÓN DE PAULO VI