"Un tercer punto se refiere al dogma del infierno eterno. Ha llegado a mí el eco de una opinión emitida por algunos, según la cual
podríamos con fundamento dar por hecho que el castigo eterno, con el que Dios amenaza a los pecadores no sería infligido
realmente a ninguno de ellos; porque la providencia misericordiosa de Dios no podría dejar de conducir a todos a la conversión y a
la salvación. Pero, ¿cómo podremos juzgar que las amenazas de un Dios de infinita Majestad no puedan tener un carácter tan
temible? ¿Nos atreveríamos a suprimir, en la descripción que el Divino Maestro hace del juicio final, la sentencia de condenación
lanzada contra los malvados? Si tal opinión se difundiera, se quitaría a los fieles la creencia saludable de los castigos divinos. Y, a
propósito de esto, debo también poneros en guardia contra otra opinión, que obtendría los mismos resultados. Nada nos autoriza a
suponer que la misericordia divina regularmente da, a la hora de la muerte, una luz y una fuerza espiritual tal, que los pecadores
no pueden dejar de convertirse, sin gran dificultad. Si así fuese, el Divino Salvador no hubiese multiplicado sus advertencias para
que no fuésemos sorprendidos por la llegada imprevista del Juez Eterno.
"Estoy seguro, Reverendos Padres y Carísimos Hermanos, que no hay entre vosotros ninguno, que sostenga todo este conjunto
de opiniones, que he condenado en esta carta. Algunas habían comenzado a difundirse; otras tuvieron menos éxito. La mayoría de
vosotros no aceptasteis ni las unas ni las otras. Os habéis dado cuenta, porque así lo he dejado entender, que ciertas de mis
observaciones apuntaban menos a tesis formuladas sin ambigüedad, que a posiciones que podían ser mal interpretadas por
declaraciones hechas ambiguamente. No he hablado de todos los puntos tocados por la Encíclica 'HUMANI GENERIS'. Muchos
de esos puntos se refieren a opiniones, que, a lo que yo sé, no se encuentran en ninguno de la Compañía. Por esto, ordeno a los
Nuestros el conformarse en sus palabras y en sus escritos, a los juicios, que, sobre cuestiones doctrinales, yo he formulado en la
presente carta. No harán ninguna propaganda, ni pública ni privada, ni en la Compañía ni fuera de ella; ni sostendrán ninguna de
las opiniones desaprobadas, ni atacarán tampoco las que han sido propuestas, para que sean por todos seguidas. Sé muy bien,
mis Reverendos Padres y Carísimos Hermanos, que jamás ninguno de mis predecesores promulgó, en materia doctrinal,
prescripciones tan extensas. Pero, ninguno de ellos se vio en circunstancias como éstas, en las que una Encíclica papal hubiese
reprobado tantas opiniones peligrosas o erróneas, que amenazan con extender el contagio dentro de la Compañía. Y la mayor
parte de mis prescripciones no han hecho sino explicar las enseñanzas del Santo Padre, en sí o en sus inmediatas consecuencias,
para asegurar la sumisión que se le debe.
"Después de las graves medidas, que he tomado, en el curso de los meses precedentes, a las que hice alusión al empezar esta
carta, yo hubiera querido escribiros para consolaros y alentaros, Reverendos Padres y Carísimos Hermanos. No he podido hacerlo.
En conciencia he tenido que enviaros una carta que necesariamente aviva y ahonda las heridas. Yo espero, sin embargo, que
sabréis interpretar la intención benevolente y paternal, que anima mi severidad. Quisiera deciros, como San Pablo, a sus queridos
corintios: "No os escribo estas líneas para avergonzaros, sino que os amonesto como a hijos queridos". Todavía una
advertencia dolorosa. Comprendo bien que la crisis actual tiene que ser muy dura para una parte notable de los Nuestros: para un
grupo de maestros, para sus amigos, para un grupo no pequeño de jóvenes sacerdotes y escolares. Pero, era mi deber ayudar a
conjurar, a cualquier costo, un mal, que os amenaza y que es más grave que vuestro sufrimiento. Este mal sería el dejar que, sin
combatirlo, subsistiese esa discrepancia entre el pensamiento de un grupo de los Nuestros y las normas doctrinales de la Santa
Iglesia. Esa discrepancia no dejaría de sobrevenir, más o menos conscientemente, a pesar del esfuerzo que se hiciese para no
reconocerlo, y envenenaría el alma. Tal mal. Reverendos Padres y Carísimos Hermanos, ninguno de vosotros querría se
estableciese en él, ninguno desearía comunicar a otros, ninguno podría infligirlo a la Compañía. Debéis también pensar en la
reputación de la Compañía.
"Vosotros opondréis a este mal, la voluntad inconmovible de obedecer la Encíclica, sin permitir nada que pueda parecer una
resistencia o una negación a obedecerla. Os colocaréis deliberadamente y mantendréis en la siguiente disposición: Os empeñaréis
en no adheriros a las opiniones anteriores, en la manera de tratar ciertos pasajes de la Encíclica, como si buscaseis dificultades
para oponerle; sino, por el contrario, haréis resaltar sus opiniones, para tomar como puntos de partida, las enseñanzas del Papa,
según las exigencias, por las que las posiciones anteriores deben abandonarse o deben guardarse. Tal actitud exige espíritu de fe
y de humildad, pero está llena de verdadera grandeza y merece todo nuestro respeto. Si los que, entre vosotros, se sienten
dolorosamente lastimados por las advertencias del Santo Padre se saben aprovecharlas y guardarlas, el Señor podrá sacar de la
crisis actual grandes bienes. Sin duda alguna que El quiere hacerlo, pero es necesaria vuestra cooperación, que con la ayuda de la
gracia seguramente le daréis. Procurad también tener en vuestro corazón el seguir con gran fidelidad las prescripciones de nuestro
Instituto en lo que toca a la doctrina de la Compañía. No quisiera agobiaros, pero, icómo no hacer notar que si todos nuestros
profesores y escritores se hubiesen en ellas inspirado, no nos encontraríamos ahora en la situación que deploramos! Es verdad
que el camino, en el que la filosofía y la teología se enseñan, en los que se enfrentan a los problemas nuevos y difíciles, están
llenos de peligros. Esta no es, sin embargo, una razón para sustraerse a una labor, que se impone. La habéis abrazado y no dudo
que seguiréis abrazándola. Pero ésta debe ser una razón, para emprender esta tarea con los ojos fijos en las normas, en las que la
Compañía ha consignado los frutos de su larga experiencia. Siguiendo lo que nos dice San Ignacio, que nos ordena que, en
nuestras facultades se enseñe "la doctrina más segura, que goza en la Iglesia de más autoridad", el gobierno de la Compañía
ha insistido siempre en la seguridad y solidez de la doctrina. A esta insistencia debe responder en cada uno de los hijos de la
Compañía, el empeño de hacer que su pensamiento, su predicación, su enseñanza y sus escritos estén caracterizados por esta
seguridad y esta solidez, como de cierto aire de familia. Vosotros tenéis el sentimiento fundado, mis Reverendos Padres y
Carísimos Hermanos.
"Tenéis el fundado sentimiento. Reverendos Padres y Carísimos Hermanos, que el trabajo intelectual de vuestras Provincias está
muy lejos de llenar siquiera el déficit, que vosotros tenéis que desarrollar, en vuestras facultades filosóficas y teológicas, así como
en vuestras casas de escritores, con los valores convenientes. Estáis legítimamente orgullosos de vuestras revistas y de un gran
número de obras importantes, publicadas en vuestra Asistencia. Entre los valores, que habéis desarrollado y de los cuales la
Compañía os está agradecida, mencionaré yo mismo: la voluntad eficaz de dar a vuestro trabajo una alta calidad científica y
literaria; la preocupación de responder a las necesidades de la hora presente y al llamamiento de las almas de hoy día, la
elaboración de una teología viva, cuidadosa de estar en contacto con la Sagrada Escritura y con los escritos de los Padres. No
debéis renunciar a estos valores, sino que los continuaréis desenvolviendo al unísono de una aceptación perfecta de la
Encíclica 'HUMANI GENERIS'. Los desarrollaréis así, con gran humildad y modestia, preocupándose menos de estar pensando,
renovando o reformando, que en guardar, profundizar y, en la medida de vuestras fuerzas, de corregir y perfeccionar. Sin las
exageraciones del integrismo, debéis procurar que vuestros juicios y vuestras palabras se inspiren franca y filialmente en
el 'sentiré cum Ecclesia' (sentir con la Iglesia). Hasta en vuestro trabajo de investigación procuraréis estar en plena consonancia
con la Iglesia y os guardaréis de un esoterismo, que os ponga fuera de la gran corriente de filosofía y teología que ella aprueba.
Guardaréis en vosotros, como una expresión pura de vuestro espíritu eclesial, un sentimiento de gran veneración no solamente hacia
la persona del Vicario de Cristo N. S., sino también por la enseñanza, las órdenes y las directivas que, directa o indirectamente,
emanan de él. La Encíclica insiste, en diversas ocasiones sobre la sumisión a todos los actos de la Santa Sede. Debemos hacer un
punto de honor el no permitir a este respecto, ninguna tergiversación, ninguna actitud menos nítida, ya que pertenecemos a una
milicia espiritual, que su fundador quiso ligar con los vínculos más estrechos al Vicario de Cristo. Pero, sobre todo, haremos de
esta sumisión un asunto de fidelidad al Divino Rey, a quien estamos consagrados a su servicio y al de la Iglesia, su Esposa, en el
Romano Pontífice, su Vicario en la tierra". Es necesario, Reverendos Padres y Carísimos Hermanos, que la crisis doctrinal que ha
comenzado entre vosotros, no tenga oportunidad de desenvolverse, sino que dé lugar a una rectificación incontestable y unánime.
Esta será una obra común: unos colaborarán en ella con su oración y su verdadera caridad; los otros la realizarán a fuerza de
oración y de valerosa sumisión. No sois vosotros los únicos interesados; la Compañía y la Iglesia también lo están, no solamente
porque se trata de vosotros, miembros para ellas muy queridos, sino también porque Dios quiere colmaros de dones, que
aseguren a vuestro pensamiento una gran irradiación. La Iglesia y la Compañía esperan mucho de vosotros. En cuanto a mí.
Reverendos Padres y Carísimos Hermanos, los sacrificios que yo debo demandar de vosotros y que confiadamente espero de
vuestra generosidad, me unen a vosotros de una manera especial. Con instancia muy particular yo pido al Divino Salvador por
vosotros. Que El os conceda sus gracias proporcionales a la dificultad de la crisis, de la que El quiere que salgáis vencedores;
indisolublemente adheridos a la palabra de su Iglesia y de su Vicario, por los vínculos con que esta prueba os hará seguramente
más queridos a El.
"Me encomiendo en vuestros santos sacrificios y oraciones.
Roma, 11 de febrero de 1951.
Vuestro siervo en N. S. Jesucristo,
Juan Bautista Janssens,
Prepósito General de la Compañía de Jesús.
A CONTINUACIÓN... COMENTARIO DEL REV. P. SÁENZ Y ARRIAGA A LA IMPORTANTE CARTA DEL SUPERIOR DE LOS JESUITAS




