Re: "SEDE VACANTE" del R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga
Publié : mer. 03 juil. 2019 9:50
TAMBIÉN PAULO VI HACE SERIAS ADVERTENCIAS A LOS JESUITAS
Al terminar los trabajos de la 31° Congregación General de la Compañía, el 16 de noviembre de 1966, Paulo
VI recibió a los Padres congregados y concelebró la Misa, en la Capilla Sixtina, con el Prepósito General y
otros cinco Padres, representantes todos de los diversos continentes. Después de la Misa el Papa habló, en
latín, a los Padres de la Congregación. Nos vamos a permitir copiar ahora ese discurso, que es
indudablemente una nueva y severa advertencia del Papa Montini, cuyo alcance -para decirlo con franqueza—
me es difícil comprender; pero que, no obstante, es en sí una prueba inequívoca de la descomposición
ideológica que se estaba desarrollando en la Compañía de San Ignacio. He aquí el discurso:
"Nos hemos querido concelebrar y participar con vosotros el Sacrificio eucarístico, antes de que emprendáis el camino de
regreso, cada uno a su sitio, al terminar los trabajos de vuestra Congregación General, y que de Roma, centro de la unidad
católica, vosotros os diseminéis sobre toda la faz de la tierra. Nos hubiéramos querido saludaros, a todos y cada uno,
confortaros, animaros, bendeciros, a cada una de vuestras personas, a toda vuestra Compañía, a todas las múltiples obras
que vosotros animáis y servís por la gloria de Dios en la Santa Iglesia; hubiéramos querido renovar en vuestros espíritus,
en forma en cierto modo sensible y solemne, el sentido de mandato apostólico, que califica y fortifica vuestra misión,
como si ella os hubiera sido conferida y renovada por vuestro bienaventurado Padre Ignacio, soldado fidelísimo de la
Iglesia, o, mejor aún, como si Cristo mismo, de quien Nos, indigna aunque verdaderamente tenemos el lugar aquí en la
tierra, aquí en la Santa Sede, os la confirmase, misteriosamente os acompañase y diese su grandeza a esa vuestra misión".
"Por eso hemos Nos escogido este lugar, sagrado y temible, por la belleza, por la fuerza, pero especialmente por la
significación de sus imágenes, y lugar venerable entre todos por la voz de nuestra oración, muy humilde, pero pontifical,
que se expresa aquí, condensando no solamente las alabanzas y los gemidos de nuestro espíritu, sino los clamorosos e
inmensos gemidos y alabanzas de toda la Iglesia, desde los extremos de la tierra, y aún de la humanidad entera que tiene en
nuestro ministerio un hombre que es su intérprete delante de Dios soberano, y le tramita el oráculo del Altísimo. Hemos
escogido este lugar, en donde, como lo sabéis, el destino de la Iglesia se ha buscado y fijado, en ciertas horas históricas,
dominadas, sin embargo, como debemos creerlo, no por la voluntad de los hombres, sino por la asistencia oculta y amante
del Espíritu Santo.
"Aquí, invocaremos hoy a ese mismo Espíritu para terminar esta ceremonia religiosa, en favor de la Santa Iglesia,
representada y resumida de alguna manera en nuestro oficio apostólico y por vosotros, por vosotros, miembros, Superiores
y responsables de vuestra y Nuestra Compañía de Jesús.
"Y esta común invocación al Espíritu Santo quiere, en cierto modo, sellar los importantes y temibles momentos, que habéis
vivido, al someter todo vuestro cuerpo y su actividad a un severo examen, como para concluir, con ocasión del Concilio
Vaticano II, recientemente celebrado, cuatro siglos de vuestra historia, y para inaugurar, en cierto modo, con una nueva
conciencia y con nuevas resoluciones, un nuevo período de vuestra vida religiosa y militante.
"Esta reunión. Hermanos e Hijos muy queridos, tendrá de este modo un sentido histórico particular, en el que Nos a
vosotros y vosotros a Nos, manifestamos la determinación de llevar adelante, en las circunstancias actuales, la recíproca
definición de relación que existe, que debe existir, entre la Compañía de Jesús y la Santa Iglesia, la cual Nos, por mandato
divino, tenemos el oficio pastoral de conducirla y la cualidad de representarla principalmente.
"¿Qué relación es ésta? A vosotros y a Nos toca responder a la pregunta, que se desdobla así:
"1) ¿Queréis, hijos de Ignacio, soldados de la Compañía de Jesús, ser todavía hoy, mañana, y siempre, lo que habéis sido,
desde vuestra fundación hasta hoy día por la Santa Iglesia y por Nuestra Sede Apostólica? Esta pregunta que Nos os
hacemos, no tendría razón de ser, si no hubiesen llegado a Nuestros oídos noticias y rumores concernientes a vuestra
Compañía -y, por lo demás, también de otras familias religiosas— sujeto sobre el cual no podemos Nos disimular nuestra
admiración y, por algunos de ellos, nuestro dolor.
"¿Qué extrañas y siniestras sugestiones han podido hacer pensar a ciertos sectores de la nueva manera de opinar de vuestra
vasta Compañía la pregunta de si la Compañía debe continuar existiendo tal como el santo, que la concibió y fundó, la dejó
escrita en las reglas tan sabias y tan firmes; tal como una tradición secular, madurada por una cuidadosa experiencia,
recomendada por las más autorizadas aprobaciones, modelada por la gloria de Dios, la defensa de la Iglesia, con
admiración del mundo? ¿Es acaso posible que también se introduzca en el espíritu de algunos de vosotros el principio de la
historicidad absoluta de todas las cosas humanas, engendradas por el tiempo y devoradas inexorablemente por el tiempo,
como si no existiera en el catolicismo un carisma de verdad permanente y estabilidad invencible, de la cual la piedra de la
Sede Apostólica es el símbolo y el fundamento? ¿Podrá parecer al ardor apostólico, del que está animada toda la
Compañía, que para dar una mayor eficacia a vuestra actividad sea necesario renunciar a un gran número de hábitos
espirituales, ascéticos, disciplinares, que no serían más una ayuda, sino un freno a una expresión más libre y más personal
de vuestro celo? Parecería entonces que la austera y viril obediencia, que ha caracterizado siempre vuestra Compañía y que
ha hecho, al mismo tiempo siempre su estructura, evangélica, ejemplar y formidable, debería ser aflojada, porque se opone
a la personalidad y es un obstáculo a la agilidad de acción; se olvidaría lo que Cristo, la Iglesia y vuestra propia escuela
espiritual han magníficamente enseñado sobre la práctica de esta virtud. Tendríase que llegar a estos extremos para llegar a
creer que no es necesario imponer más a su alma "el ejercicio espiritual", es decir, la práctica asidua e intensa de la
oración, la humilde y ardiente disciplina de la vida interior, del examen de conciencia, de la conversación íntima
con Cristo, como si bastase la acción exterior para mantener el espíritu despejado, fuerte y libre, y para asegurar la misma
unión con Dios; y como si esta riqueza de industrias espirituales conviniese tan sólo a los monjes y no fuese más bien
necesaria, como armadura indispensable al soldado de Cristo. Pudieran todavía algunos hacerse la ilusión que, para
esparcir el Evangelio de Cristo fuese necesario hacer suyas las costumbres del mundo, su mentalidad, su carácter profano;
compartir los juicios naturalistas, que caracterizan al mundo moderno, olvidando aún más que si el heraldo de Cristo tiene
el deber apostólico de acercarse a los hombres a los que pretende llevar el mensaje de Cristo, no puede pretender una
asimilación que haría perder a la espada su filo y al apóstol su virtud original.
¡Nubes en el cielo, que las conclusiones de vuestra Congregación General han en gran parte disipado! Nos hemos sabido,
con grande gozo, que vosotros mismos, firmes en la rectitud que siempre ha animado vuestras voluntades, después de un
amplio y sincero examen de vuestra experiencia, os habéis decidido a permanecer fieles en la línea de vuestras
Constituciones fundamentales, sin abandonar vuestra tradición, que ha estado siempre en vosotros actuante y viva; habéis
dado a vuestras reglas las modificaciones accidentales, a las que "la renovación a la vida religiosa", propuesta por el Concilio, no tan sólo os autoriza, sino os invita. No habéis querido llevar ninguna modificación substancial a la ley santa, que os hizo religiosos y jesuitas, sino que, por el contrario, habéis querido poner un remedio a todo lo que en el tiempo
pasado os había debilitado y un suplemento de fuerza, en vista de las pruebas que el porvenir os prepara; bien que, en
medio de tantos resultados alcanzados en laboriosas discusiones, lo esencial ha sido asegurar no solamente al cuerpo, sino
al espíritu de vuestra Compañía una conservación verdadera y un positivo progreso. Y en esta materia Nos os exhortamos
calurosamente a conservar en el futuro la primacía de la oración en vuestra vida, sin apartaros de las sabias ordenanzas
recibidas: de allí vendrá a vosotros la gracia divina, como una agua viva, que nos llega por los humildes canales de la
oración, de la búsqueda interior, de vuestra unión con Dios, especialmente por el canal de la liturgia, en la que el religioso
encontrará inspiración y energía para su propia santificación sobrenatural; donde el apóstol hallará el impulso, la dirección,
la fuerza, la sabiduría, la perseverancia en la lucha contra el demonio y el mundo; de donde sacará el amor para amar a las
almas, en vista a su salud eterna, para construir, al lado de otros obreros, con igual carga y responsabilidad, el edificio
místico, la Iglesia. Regocijaos, pues, mis muy queridos Hijos. Este es el Camino, antiguo y nuevo de la economía cristiana;
es el molde en el cual se forma el verdadero religioso, a la vez discípulo de Cristo, apóstol en su Iglesia, maestro de sus
hermanos, sean fieles o extraños. Regocijaos. Que nuestra satisfacción, mejor, nuestra unión con vosotros os conforte y os
siga.
"Por esto apoyamos vuestras deliberaciones particulares sobre la formación de vuestros escolares, sobre la obediencia al
Magisterio y autoridad de la Iglesia; sobre los principios de la perfección religiosa; sobre las leyes que deben orientar
vuestra acción apostólica y vuestra cooperación pastoral; sobre la interpretación exacta y la aplicación positiva de los
decretos conciliares, etc., como otras tantas respuestas a nuestras demandas: sí, sí; los hijos de Ignacio, que se enorgullecen
del nombre de jesuitas son hoy todavía fieles a sí mismos y a la Iglesia. Ellos están prestos y fuertes. Nuevas armas
remplazan en sus manos aquéllas que están ya usadas y son menos eficaces; pero tienen, al mismo tiempo, el espíritu de
obediencia, de abnegación y de conquista espiritual.
SIGUE...






