4. Parece atrevimiento pensar yo he de ser alguna
parte para alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en estas
siervas vuestras que aquí están, que veo y sé no quieren
otra cosa, ni la pretenden, sino contentaros. Por Vos han
dejado lo poco que tenían, y quisieran tener más para
serviros con ello. Pues no sois Vos, Criador mío, desagradecido,
para que piense yo dejaréis de hacer lo que os suplican;
ni aborrecisteis. Señor, cuando andábades en el mundo,
las mujeres, antes las favorecisteis siempre con
mucha piedad. Cuando os pidiéremos honras, no nos
oyáis, o rentas, o dineros, o cosa que sepa a mundo; mas
para honra de vuestro Hijo, ¿por qué no nos habéis de
oír, Padre eterno, a quien perdería mil honras y mil vidas
por Vos? No por nosotras, Señor, que no lo merecemos,
sino por la sangre de vuestro Hijo y sus merecimientos.
¡Oh, Padre eterno! Mira que no son de olvidar tantos azotes
e injurias, y tan gravísimos tormentos. Pues, Criador
mío, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas
como las vuestras, que lo que se hizo con tan ardiente
amor de vuestro Hijo, y por más contentaros a Vos que
mandastes nos amase, sea tenido en tan poco como hoy
día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento, que le
quitan sus posadas, deshaciendo las iglesias? Si le faltara
algo por hacer para contentaros, mas todo lo hizo cumplido.
¿No bastaba. Padre eterno, que no tuvo adonde
reclinar la cabeza mientras vivió, y siempre en trabajos,
sino que ahora las que tiene para convidar sus amigos,
por vernos flacos, y saber que es menester, que los que
han de trabajar se sustenten de tal manjar, se las quiten?
¿Ya no había pagado bastantísimamente por el pecado de
Adán? ¿Siempre que tornamos a pecar, lo ha de pagar
este amantísimo Cordero? No lo permitáis, Emperador
mío; aplaqúese ya vuestra Majestad, no miréis a los pecados
nuestros, sino a que nos redimió vuestro sacratísimo
Hijo, y a los merecimientos suyos, y de su Madre
gloriosa, y de tantos Santos y mártires como han muerto
por Vos.
¡Ay, dolor, Señor mío, y quién se ha atrevido a hacer
esta petición en nombre de todos! ¡Qué mala tercera, hijas
mías, para ser oídas, y que echase por vosotras la petición!
¿Si ha de indignar más a este soberano juez verme
tan atrevida? Y con razón y justicia. Mas mirad. Señor,
que ya sois Dios de misericordia, habedla desta pecadorcilla,
gusanillo que ansí se os atreve. Mirad, Dios mío, mis
deseos y las lágrimas con que esto os suplico, y olvidad
mis obras por quien Vos sois, y habed lástima de tantas
almas como se pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No
permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor; dad ya
luz a estas tinieblas.
5. Pidoos yo, hermanas mías, por el amor del Señor,
encomendéis a Su Majestad esta pobrecilla, y le supliquéis
la dé humildad, como cosa que tenéis obligación.
No os encargo particularmente los reyes y perlados de la
Iglesia, en especial nuestro Obispo; veo a las de ahora tan
cuidadosas dello, que ansí me parece no es menester. Mas
vengan las que vinieren, que teniendo santo perlado, lo
serán las subditas, y como cosa tan importante la poned
siempre delante del Señor. Y cuando vuestras oraciones
y deseos, y disciplinas y ayunos, no se emplearen por esto
que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para
que aquí os juntó el Señor.
CONTINUARÁ...